En este 2022 me quedó mucho en el tintero debido a otros proyectos que llevo en paralelo, pero que de una forma u otra son parte de esparCiencia. Aquí les dejo una pequeña muestra de lo que no pudo aparecer este año, así que se transformará en promesa para el 2023.
Hace tiempo que quiero hablar sobre lo que como sociedad entendemos por matemática. Bueno, no es que no haya empezado. Pero hay algo ahí, entre la pregunta esquiva de “para qué sirve” y la naturalidad con la decimos “esto no es matemática” cuando se habla de algo de la realidad. O algo tal vez entre lo mundano y lo divino que nos hace creer que la matemática no es de la realidad, sino que vive en un mundo ideal, una suerte de club exclusivo al que sólo entran les eruditxs más especiales (entre elles Ramanujan, por supuesto). Tal y como lo quería Platón en su Academia, al poner como “tapete de bienvenida”: ‘Que no entre nadie que no sepa geometría’. ¿Por qué aún seguimos sintiendo que la matemática es para unas pocas personas iluminadas? ¿Y qué pasó con la idea de Aristóteles, padre de la lógica, que quiso volver a la idea de una única realidad? La matemática en particular, y la ciencia en general, está atravesada por este debate de milenios, que sin querelo (o tal vez sí) perfila en cada época lo que entendemos por matemática, ciencia y tecnología y por ende cómo la realizamos.
En sintonía con lo anterior, a la matemática también se le adjudicó el rol de poder definir qué es lo bello o lo sagrado en términos de proporciones. ¿De dónde proviene esa idea de asociar valores estéticos o religiosos a figuras geométricas bien definidas, como el cuadrado, la circunferencia o los sólidos platónicos? Suelo leer alabanzas a la matemática por su capacidad de predecir las formas o de utilizarla para decir que algo es objetivamente bello porque respeta alguna estructura matemática. Pero pocos hablan de la matemática “fea” griega, esa que no se hacía con regla y compás, pero que daba sus frutos. O de la tristeza de Kepler al darse cuenta que tenía que abandonar la perfección de la circunferencia para aplicarla al modelo del sistema solar y reemplazarla por las “impuras” elipses. Entonces, ¿por qué no pensar que, con la necesidad de describir y expresar lo que nos pasa, fuimos nosotres (o tal vez algunos pocos privilegiados) quienes establecimos ciertos parámetros que representan eso que vivimos en definiciones sin ambigüedades y con total certeza, con el sólo objetivo de comunicarnos más eficientemente? ¿Hasta qué punto somos nosotrxs mismxs quienes definimos lo que es bello o correcto en términos de proporciones, como por ejemplo, la pantalla que estás usando en este momento o el Hombre de Vitruvio?
Si no les apetece lo filosófico, tal vez sea más interesante la no tan inocente historia de los lenguajes de programación modernos, surgidos en la década de 1950 para prevenir una crisis económica que iba a poner en jaque el auge científico y tecnológico de EE.UU. La salida ante el inminente colapso tal vez les sorprenda como a mí: se trató de una política intervencionista, ordenando desde entonces el vínculo entre empresas, universidades y Estado, que sigue dando sus frutos hasta el día de hoy. Un cuento con moraleja para reflexionar sobre las políticas científico-tecnológicas de las potencias del mundo occidental.
Lo que me quedó en el tintero de este 2022 entonces es compartir mi acercamiento a la filosofía: hablar de la matemática sagrada y de la excluida, o de la que determina qué es lo bello y lo feo, y contar cómo estas percepciones afectan nuestras decisiones, ya sea decorando una habitación, construyendo un puente o formulando una teoría científica. O bien compartir mi interés por la política científica y su historia, tomando el ejemplo de los lenguajes de programación, y qué podemos aprender de ella para nuestro futuro. Son temas que cada vez resulta más difícil hablar, y que por eso encuentro interesantes. Espero que ustedes también.