Fuente: smithsonian mag

Contando la mitad de la historia

Por M. Alejandra Petino Zappala

Publicado el 14 Abril 2021 09:42

Tiempo de lectura: 8 minutos.

Seguro alguna vez viste esta imagen. Pero ¿qué hay detrás? ¿Quiénes cuentan las historias y quiénes son los protagonistas? En ciencia eso también cuenta y por eso en esta nota hablamos de sesgos invisibles e injusticias de larga data.


¿Quién no ha visto alguna vez la icónica imagen que ilustra esta nota? Probablemente la representación más conocida de la evolución del hombre, esta imagen tan simple esconde muchos significados y es más problemática de lo que se cree.

El primer problema, al que apenas me dedicaré en esta nota, es la linealidad. Aunque el mismísimo Charles Darwin concibió gráficamente su Teoría de la Evolución por Selección Natural como un árbol (una imagen también icónica, aunque no tan conocida, es el diagrama de árbol que aparece en sus notas) la forma más popular de representar la evolución, no sólo del hombre, es la lineal. Puede parecer inocente, pero por detrás de esta representación hay una idea de progreso, de mejoría hacia lo que sería “óptimo”, que no sólo no es representativa de la evolución biológica: también es dañina. 

El árbol de la vida. Fuente: Charles Darwin (diarios)

Tal vez sea porque la hemos visto tantas veces que pocas personas notan algunos detalles problemáticos en esta imagen. Por ejemplo: ¿por qué la evolución de la especie humana, los Homo sapiens, está representada siempre en función de un varón? Podemos revertir la pregunta al comienzo de esta nota por “¿quién ha visto alguna vez la icónica imagen que ilustra esta nota, pero con una mujer?” para comprender que al menos la mitad de la humanidad ha sido borrada de la historia. Y… ¿por qué siempre es un varón caucásico? En resumen, ¿por qué la medida de lo que es la humanidad es, para la ciencia occidental, el varón blanco?

El famoso "hombre de Vitruvio".

Este es un problema que lejos está de afectar sólo a la biología evolutiva. Desde un principio los varones europeos, luego también norteamericanos, fueron la voz de la ciencia moderna. La representación pictórica de la evolución humana como un progreso lineal hacia el varón blanco puede parecer inocente, pero no lo es. Es consecuencia, y también causa, de una serie de procesos que pusieron y mantuvieron a ciertos grupos humanos como dominantes por encima de otros. Y aunque parezca que la ciencia es algo puro, objetivo, neutral, que flota por encima de nuestras subjetividades, también esa imagen es construida, y extremadamente útil a la hora de justificar estas desigualdades. 

 

Tal vez no parezca inmediato lo que hay detrás de una representación. Puede ser la de la evolución del hombre, pero también puede ser la de la fecundación, con una gameta femenina pasiva e inmóvil, disputada por ágiles y competitivos espermatozoides, o puede ser la narrativa con la que se describe a los machos de las aves como promiscuos y a las hembras como tímidas y cohibidas, o la que adjudica a las hormonas esteroideas (catalogadas como “masculina” y “femenina”) toda clase de poderes para determinar capacidades, identidad, gustos y comportamientos opuestos. Tal vez no salte a la vista lo que estas imágenes e historias esconden, porque ciertos sesgos son tan comunes que ya ni siquiera los vemos. Pero varios de los prejuicios sexistas que afectan la vida de las personas y ahora nos parecen tan obvios (y tantos otros que aún nos resultan invisibles) se pueden pensar como continuación de estas narrativas. O tal vez como su origen. O tal vez fueron las dos cosas, porque, al fin y al cabo, ¿qué es más difícil de desarmar que un círculo vicioso de autojustificación de prejuicios?


La historia que voy a contar se sitúa en el último cuarto del siglo XX, pero de hecho todavía no terminó. Es la historia de la hipótesis bautizada “man the hunter” (el hombre cazador), popularizada principalmente por investigadores del campo de la sociobiología. En realidad esta narrativa no tenía mucho de nuevo: ya en los libros de Darwin se pueden encontrar ideas similares. Podríamos decir que esta hipótesis es la versión científica de la imagen que ilustra la nota: la evolución humana había sido potenciada por las habilidades de los machos para la caza. Nuestros ancestros (aquí el masculino no es genérico, hablamos de ellos, los varones) habían mejorado sus habilidades manuales creando armas y herramientas, habían aprendido a organizarse para cazar grandes animales dando lugar al lenguaje y hasta las representaciones pictóricas, en fin… Ellos habían sido la clave de las más importantes novedades evolutivas que dieron lugar a nuestra especie, los Homo sapiens. Bien por ellos.

Varones haciendo de todo.. Fuente: NY post

Por supuesto, las hembras, o mujeres, dependiendo de la especie, estaban ahí, pero aparentemente no cumplían funciones mucho más allá de atender a las crías, y por supuesto, eran necesarias para la reproducción de esos machos o varones que hacían cosas tan importantes. Y por supuesto dependían de ellos, que eran los proveedores de la comida. Tan poco importantes resultaban que a veces ni eran nombradas, y así es como llegamos a que el hombre (el varón) y el hombre (la especie) podían más o menos usarse de forma indistinta para contar la historia. No hacía mucha falta aclarar.

Pero por suerte la ciencia había dejado de ser una empresa exclusiva de los varones (aunque no había perdido, y aún podemos decir que no perdió, su estatus de “cosa masculina”) y algunas voces se alzaron.

En esto sin duda fue influyente el trabajo de numerosas biólogas que estudiaron a distintas especies en su ambiente, así como de antropólogas que se dedicaron a la vida de otros grupos humanos con organizaciones sociales diferentes a las del mundo occidental. Y de pronto comenzaron a encontrarse con fenómenos que por algún motivo nadie había visto, o nadie había considerado importantes, o se hicieron preguntas que nadie había hecho, o pusieron en duda los supuestos de los que nadie había dudado. Por ejemplo ¿Por qué se seguía asociando universalmente la timidez a lo femenino y la promiscuidad a lo masculino cuando en muchas especies las hembras buscaban activamente copular con varios machos? ¿Por qué se había ignorado por tanto tiempo la importancia del contacto sexual entre individuos del mismo sexo? Hasta en especies muy cercanamente emparentadas a nosotros las hembras tenían relaciones sexuales entre sí muy frecuentemente, incluso más que con machos, ¿por qué nadie había considerado relevante pensar el sexo por fuera de la reproducción? ¿Por qué siempre se asumió que la familia nuclear era clave en la evolución del hombre cuando tantas sociedades humanas tienen arreglos familiares distintos? ¿Por qué la importancia exclusiva del macho cazador en las hipótesis sobre la evolución del hombre cuando la evidencia fósil indicaba que estas poblaciones no dependían exclusivamente de la caza, sino que la recolección era tanto, incluso más importante? ¿Por qué las hembras habían sido borradas de todas las historias, o estaban en el fondo, mirando pasivamente cómo sucedían las cosas importantes?

 “Woman the gatherer” (la mujer recolectora) fue una de las respuestas a la historia del “hombre cazador”. Esta hipótesis en realidad tiene sus propios problemas, también se basa en el binarismo y en una idea estereotipada de los roles de género, pero sirvió para demostrar el absurdo borramiento de gran parte de la humanidad en la historia “oficial” del hombre… es decir la historia del macho. En esta nueva narrativa la explicación de la evolución humana se basa en las tareas supuestamente realizadas por las hembras: recolección de alimentos, crianza y fortalecimiento de lazos sociales. ¿Por qué no podían ser las mujeres, a través del uso de herramientas y de técnicas para la cosecha y preparación de comestibles, la socialización y la crianza, las responsables del desarrollo de las capacidades manuales y cognitivas que caracterizan al Homo sapiens?

Familia nuclear neanderthal. Fuente: Sci-news

Esta explicación es, claramente, igual de sesgada y problemática que “man the hunter”, pero en este caso el sesgo es obvio, visible, porque no estamos acostumbrados a un lugar central de las mujeres en las narrativas de la evolución humana. Paradójicamente, eso nos hace notar qué tan plagada de prejuicios está la hipótesis original… y tantas otras que por siglos han pasado por “objetivas”, porque, alguna vez nos han enseñado, “la ciencia es neutral”.

A pesar de que ya hace mucho tiempo que este problema se visibilizó, en los productos de divulgación y en el imaginario popular es el rol del hombre cazador el que viene a la mente al hablar de la evolución humana. Pero sigue habiendo iniciativas, no solo desde la ciencia, para revertir el borramiento de la mujer de la memoria colectiva. Por eso cerramos esta nota con una traducción de un poema escrito por Neil Gaiman para su hijo llamado “The mushroom hunters”, las cazadoras de hongos, olvidadas mujeres que sin saberlo fueron las primeras científicas.


 

Las cazadoras de hongos

 

La ciencia, como sabes, mi pequeño, es el estudio

de la naturaleza y el comportamiento del universo.

Se basa en la observación, en experimentos, en mediciones

y la formulación de leyes para describir los hechos revelados.

 

En los tiempos antiguos, dicen, los hombres ya venían con cerebros

diseñados para seguir a bestias de carne a la carrera,

para correr obstáculos a ciegas en lo desconocido,

y para encontrar su camino de vuelta, una vez perdidos,

con un antílope muerto para llevar entre todos.

O, en los malos días, nada.

 

Las mujeres, que no necesitaban perseguir presas,

tenían cerebros que detectaban puntos y armaban caminos entre ellos

a la derecha en el arbusto espinado y a través del pedregal,

y mirar en el tronco del árbol a medio caer,

porque a veces hay hongos.

 

Antes de los garrotes de piedra, o las herramientas de carnicero,

la primera herramienta fue una bandolera para el bebé

para dejar nuestras manos libres

y algo para poner las bayas y los hongos,

las raíces y las buenas hojas, las semillas y los bichos.

Después un pilón de piedra para aplastar, machacar, moler o romper.

 

Y a veces los hombres perseguían a las bestias

dentro de los densos bosques,

y nunca volvían.

 

Algunos hongos te matarán,

mientras otros te mostrarán dioses

y otros alimentarán el hambre en nuestros vientres. Identificar.

Otros nos matarán si los comemos crudos,

y nuevamente nos matarán si los cocinamos una vez,

pero si los hervimos en agua de manantial, y volcamos el agua,

y los hervimos de nuevo, y volcamos el agua,

recién ahí podemos comerlos a salvo. Observar.

 

Observar el nacimiento, marcar la hinchazón de los vientres y la forma de los pechos,

y a través de la experiencia descubrir cómo traer bebés al mundo.

 

Observar todo.

 

Y las cazadoras de hongos caminan los caminos que caminan

y miran el mundo, y ven lo que observan.

Y algunas de ellas sobrevivieron y lamieron sus labios,

mientras otras se sujetaban los estómagos y expiraban.

Así se creaban las leyes que dictan lo que es seguro. Formular.

 

Las herramientas que hicimos para construir nuestras vidas:

nuestra ropa, nuestra comida, el camino a casa…

todas ellas se basan en observación,

en experimentos, en mediciones, en verdad.

 

Y la ciencia, como recordarás, es el estudio

de la naturaleza y el comportamiento del universo.

Se basa en la observación, en experimentos, en mediciones

y la formulación de leyes para describir estos hechos.

 

La carrera sigue. Una antigua científica

pintó bestias en las paredes de las cuevas

para mostrar a sus hijos, ahora hinchados de hongos

y de bayas, qué sería seguro cazar.

 

Los hombres corren tras las bestias.

 

Las científicas caminan más lento, al borde de la colina,

en la orilla del agua y pasando el lugar en que corre la arcilla roja.

Llevan a sus bebés en las bandoleras que hicieron,

liberando sus manos para recoger los hongos.

 



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