Aún inmersos en la situación con el coronavirus, seguimos sin cuestionarnos la explotación de recursos, sacando soluciones tecnológicas de la galera. Todo sea por evitar los cuestionamientos a un sistema con claros ganadores, en los que la mayoría de nosotros estamos perdiendo.
"La pregunta no es si habrá una nueva pandemia. La pregunta es CUÁNDO", es la advertencia que deberíamos haber escuchado, y que circula desde hace años, mucho antes de que un linaje de coronavirus pusiera al mundo en vilo. De hecho, ya se sabía que los virus de esta familia eran candidatos, al igual que las gripes provenientes de cerdos o aves.
Pero lo más problemático no es que no hayamos escuchado entonces, sino que ahora, sumergidos en esta situación, seguimos sin escuchar. Pensamos en cómo salir de esta (por supuesto), pero no tomamos conciencia de que la próxima pandemia está a la vuelta de la esquina. Nos contentamos en pensar que todo esto se debió a la costumbre de comer murciélagos o pangolines. Algo que nos es totalmente ajeno.
Y así seguimos, sin replantearnos la verdadera fuente del problema, que es nuestra relación problemática con los recursos naturales. El contacto con especies silvestres, en parte por el consumo (y antes de hablar despectivamente de "sopas de murciélago", deberíamos tener en cuenta que también existe consumo de otras especies silvestres en nuestro país), en parte por la degradación de los ambientes naturales, que nos pone en mayor contacto con las poblaciones de animales salvajes. También deberíamos pensar en la cría intensiva en establecimientos que son el perfecto caldo de cultivo para una nueva epidemia. Estos dos últimos puntos son especialmente importantes en un país productor de materias primas. Y sin embargo ahora mismo, con nuestras vidas trastocadas por el coronavirus, tenemos parte del país prendido fuego por los que quieren explotar la tierra y discutimos el desembarco de megagranjas de cerdos sin establecer ninguna relación entre estas problemáticas y la situación que estamos atravesando.
La respuesta, más que cuestionarnos el uso de los recursos naturales, ha sido reforzar el uso de fármacos en animales de cría e incluso plantearnos la posibilidad de inocular a la fauna silvestre con "vacunas transmisibles". ¿Por qué plantearnos un sistema distinto, una relación diferente con la naturaleza, si podemos inventar una solución tecnológica que evita que tengamos que cuestionarnos algo difícil? Y, especialmente, que evita que toquemos los intereses de algunos que están de todos los lados posibles del mostrador. Porque muchas veces quienes están detrás del desarrollo de fármacos y vacunas son también los que se benefician de la explotación de los recursos naturales. Negocio redondo.
Y mientras los problemas se van inflando. En todo el mundo el uso irrestricto de antibióticos está seleccionando bacterias resistentes más rápido de lo que pueden generarse nuevos fármacos para combatirlas. Ni siquiera tenemos idea de qué efecto podría tener una vacuna transmisible liberada en animales salvajes, y sin embargo estamos tirando manotazos de ahogado en esa dirección. ¿Y cuando surjan otros patógenos que ni habíamos pensado, para los que no haya vacuna? Pues será cuestión de buscar otra vacuna, o tratamiento, o...
Todo sea por no tocar las causas reales del problema y evitar los cuestionamientos a un sistema con claros ganadores, en los que la mayoría de nosotros estamos perdiendo, pero tal vez sin darnos cuenta hasta que sea demasiado tarde.