La culpa no es del chancho

Por M. Alejandra Petino Zappala

Publicado el 7 Ago. 2020 15:34

Tiempo de lectura: 4 minutos.

Hoy hablamos del acuerdo que se está barajando para producir carne de cerdo en nuestro país con capitales chinos, que pone sobre la mesa la discusión sobre formas de producción. ¿Qué implica? ¿Qué se sabe y qué no? ¿Cuáles son los potenciales beneficios y riesgos? ¿Qué tiene que ver con la pandemia actual?


La noticia fue comunicada por la Cancillería y de inmediato comenzaron las discusiones al respecto: se trata de un acuerdo entre nuestro país y la República Popular China para producir en Argentina, con capitales de empresarios chinos, una gran cantidad de cerdos para exportar su carne nuevamente al país asiático. Aunque no hay datos concretos de cómo sería el acuerdo, tenemos como pistas los números en los comunicados de Cancillería y el hecho de que a inversores extranjeros les resulte económicamente redituable producir en nuestro país. Todo indica que el proyecto se encamina hacia la producción intensiva de cerdos en mega granjas tecnificadas. 

Este es uno de los principales puntos de conflicto para quienes se oponen, por varios motivos. Uno es la cantidad de recursos necesarios para escalar a ese nivel la producción porcina en el país, entre ellos agua, que escasea en algunas de las provincias candidatas para las granjas, y cereales para alimentar a los animales, lo que implicaría destinar mayor cantidad de tierras a la agricultura. 

En segundo lugar, este tipo de emprendimientos basados en cría intensiva implican un gran sufrimiento para los animales allí criados, hacinados e incluso mutilados.

Un modelo de mega emprendimientos también sería negativo para pequeños y medianos productores, que en este momento representan la mayor parte de la producción en nuestro país. Y el tipo de granjas tecnificadas que se utilizan para este tipo de producción requiere relativamente poca mano de obra, con lo que no implicarían realmente una mejora significativa para las comunidades, sino más concentración de la riqueza. 

Quienes están a favor argumentan que la carne no es para consumo interno y no debería afectar el mercado argentino, lo que no impide luego que se hagan promesas de carne más barata para alimentar a personas de bajos recursos. La retórica que apela a la economía en crisis como motivo para defender la iniciativa es poderosa. Aunque es dudoso que emprendimientos como este signifiquen realmente una mejora en la economía y calidad de vida de los habitantes, ni que los aumentos de producción sean la solución al hambre y la pobreza, hay otras objeciones que, especialmente en tiempos de pandemia, merecen también nuestra atención.

La propuesta de capitales chinos para la producción de cerdos llega luego de que un virus de fiebre porcina devastara las granjas del gigante asiático. Este patógeno no puede infectar a humanos pero es altamente peligroso para estos animales de cría, con una letalidad de casi el 100%, y también afecta a especies salvajes emparentadas. Está claro que la propuesta de inversiones en nuestro país se relaciona con las pérdidas causadas por este brote y el peligro que representan para la producción (no sólo de carne sino de otros derivados de porcinos, incluyendo algunos fármacos), así como para animales silvestres.

Pero este no es el único problema. Hace ya años que se sabe que existen virus de gripes porcinas que pueden contagiarse a humanos y que tienen potencial pandémico. En el año 2009 hubo un brote de gripe porcina que se desató en México y pronto tomó proporciones mundiales, pero la cantidad total de eventos registrados de "derrame" de virus porcinos a seres humanos es mucho mayor. Este año, sin ir más lejos, se detectaron en China y Brasil cepas de gripe porcina que pueden contagiarse a humanos. Las mega granjas en las que estos animales viven hacinados son un peligro latente, y existe la genuina preocupación de que estos capitales extranjeros sean una forma más de exportar peligros inherentes a las actividades productivas que sobreexplotan los recursos naturales. Que aparezcan nuevas pandemias si perpetuamos esta lógica no es un riesgo remoto o pequeño, sino una certeza. 

Otro punto conflictivo es la falta de consulta a las comunidades acerca del establecimiento de estas granjas. Aunque se hace foco en los puestos de trabajo y así se argumenta que la instalación de las mega granjas sería positiva, no hubo ninguna instancia en que las comunidades pudiesen participar de la decisión, y de hecho aún cuando se dice que el acuerdo ya es un hecho, no se conocen los detalles acerca de dónde se localizarán; sólo se saben generalidades sobre la preferencia por las provincias del NOA y NEA. Y aunque se insiste en que se harán todos los controles e informes de impacto ambiental, no hace falta mucha investigación para encontrar casos en que tales regulaciones no alcanzaron para evitar la degradación de ambientes y de las condiciones de vida de los pueblos.

Estas preocupaciones no son cuestiones de "ambientalistas fanáticos" negados a toda forma de producción, ni tampoco implican necesariamente una oposición a la cría de animales para consumo, sino que reflejan peligros latentes de la sobreexplotación de recursos. La pregunta que queda pendiente es si en un caso como este existe o no la posibilidad de conciliar un acuerdo que no sea detrimental para nuestro ambiente y peligroso para la población. No es un tema cerrado, pero cuesta imaginar que sea viable escalar la producción al nivel planteado en el acuerdo de forma que no implique grandes riesgos y que siga siendo económicamente redituable para los inversores que por algún motivo decidieron producir en el extranjero.

Una inquietud más general es ¿cómo podemos evitar ser rehenes de nuestra propia situación desventajosa en la economía global? ¿Cómo podemos desarrollarnos sin que eso implique "comprar" riesgos que otros países no quieren correr? Estas son problemáticas que exceden el tema de la producción porcina y se juntan con otros temas relativos al uso de recursos y los impactos ambientales de las actividades productivas. Y aunque no son de fácil solución, la situación actual nos muestra (sólo) algunos de los peligros a los que nuestra relación actual con los recursos naturales nos enfrenta. Es tal vez un punto de inflexión en el que decidir cómo seguirá nuestra relación con el ambiente y cómo adoptar otros modelos de producción que sean compatibles con la conservación. La pandemia no puede servir como excusa para postergar estas discusiones y abrirlas a la comunidad: es el preciso momento de dar este debate.



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