Sesgos cognitivos: el arma de doble filo de nuestra mente

Por Ana Carolina Zelzman

Publicado el 20 Mayo 2020 00:31

Tiempo de lectura: 8 minutos.

La forma en que procesamos la información del mundo que nos rodea es crucial para nuestra interacción con él pero también puede jugarnos una mala pasada. En esta nota te contamos algunos de los múltiples “atajos” que toma nuestra mente cuando procesamos la realidad. Deshacernos de estos sesgos es casi imposible pero al menos conocerlos es el primer paso para entender mejor lo que está pasando y tomar mejores decisiones.


Que el coronavirus fue construido, que se "escapó" de un laboratorio en Wuhan, que la culpa la tenemos los humanos por destruir el hábitat de los murciélagos, que las grandes empresas farmacéuticas ya tienen la cura pero la esconden, que la vacuna va a ser una excusa para inyectarnos chips…

Hemos escuchado muchísimas historias y argumentos políticos, económicos y de distinto rigor científico respecto a la pandemia que nos aqueja… y por supuesto estamos en nuestro derecho de dudar, de preocuparnos y hasta de asustarnos… pero también podemos aprovechar la oportunidad para reflexionar sobre cómo procesamos la información que nos rodea.

Por más que a veces parezca que si, ninguno de nosotros es un observador pasivo. Todo lo que aprendemos en el colegio, lo que escuchamos en medios de comunicación, lo que leemos en redes sociales, pasa por un filtro. Factores como nuestra educación, nuestras experiencias previas, nuestras opiniones y nuestro estado de ánimo pueden ayudarnos a adoptar una idea o a desecharla sin pensarlo. Muchos de estos mecanismos de procesamiento tienen un origen muy antiguo relacionado probablemente con mantener el sentido de comunidad y proteger a nuestro entorno más cercano de las amenazas. Pero la cultura evoluciona mucho más rápido que nuestra biología y lo que antiguamente eran herramientas útiles se han vuelto armas de doble filo. No tenemos que avergonzarnos de esos sesgos y no podemos pretender eliminarlos del todo pero tomar conciencia de su existencia nos va ayudar a comprender la información más racionalmente.

Como ejercicio de reflexión en esta nota vamos a repasar algunos de los sesgos más comunes.

Odiamos la incertidumbre

La palabra misma provoca incomodidad. El ser humano necesita saber con seguridad qué es lo que está ocurriendo y qué ocurrirá a futuro. Las decisiones tomadas en un contexto de incertidumbre se sienten mucho más incómodas y peligrosas que aquellas tomadas en un contexto seguro y con toda la información disponible.

Al mismo tiempo nuestra mente evolucionó para encontrar patrones en la realidad que la rodea, lo cual le da una gran capacidad de aprendizaje e inteligencia. Sin embargo esto nos lleva a definir patrones donde en realidad no los hay y a descartar de lleno la casualidad. ¿Por qué no aceptamos las cuidadosas argumentaciones de los genetistas y virólogos que explican la imposibilidad de que el virus haya sido diseñado? Porque parece mucho más aceptable la certidumbre de que la amenaza venga de un plan humano que lo azaroso de algo que salió casi "de la nada". Necesitamos asignarle a alguien una culpa y ahí estarán los chinos, los norteamericanos o las corporaciones. Por supuesto nadie niega que a nivel geopolítico y económico habrá intereses en juego y pequeños grupos para quienes esta pandemia sea de gran conveniencia. Sin embargo el diseño premeditado no es una consecuencia lógica de esa conveniencia.

Avanzando y retrocediendo

Nuestra aversión por la incertidumbre también nos enfrenta en ocasiones a la forma de trabajar de la investigación científica. La incertidumbre en que se mueve la ciencia merece una nota aparte (o quizás un libro entero) pero baste con decir que es la fuente y motivación del trabajo del científico. Quienes estudiamos ciencia no estamos exentos de esta aversión, simplemente aprendemos a controlarla y a valorar el lado positivo de no saber. La ciencia trabaja de manera incremental, colocando baldosa tras baldosa de conocimiento, a veces eliminando las que la evidencia no sostuvo, volviendo algunos metros para atrás pero poco a poco avanzando.

La mayoría de las veces entonces, el avance no será milagroso, no surgirá de golpe una droga que nos salve, necesitaremos muchas pruebas clínicas y tal vez algunas medidas sugeridas como apropiadas deban ser revertidas a medida que nuevos resultados cambien nuestra certidumbre. Esto ocurrió por ejemplo con el uso de los barbijos por el coronavirus. La inicial recomendación de no usarlos fue hecha de buena fe por parte de las instituciones y gobiernos a partir de lo que en ese momento se sabía sobre la propagación del virus. Eventualmente el aporte de nuevos estudios llevó a un acertado cambio de normativa.

La amenaza invisible

La resistencia al uso de los barbijos, al lavado de manos y al aislamiento preventivo son excelentes ejemplos de otro de nuestros sesgos: la incapacidad de percibir en el presente o en el futuro inmediato las consecuencias positivas de nuestros actos nos lleva a descartar su utilidad. ¿Por qué voy a gastar mi tiempo y esfuerzo en algo que siento que no me protege de la amenaza? Este comportamiento tiene un sentido evolutivo profundo: emplear energía en escapar de una amenaza inexistente no es un buen uso de los recursos y el tiempo. La mayoría de los seres vivos no tienen la capacidad humana de planificar y razonar que tomando una medida en el presente, se evitará un riesgo en el futuro. Parece tener mucho más sentido eliminar al monstruo cuando aparece que evitar que aparezca.

Esta es una de las justificaciones favoritas de los movimientos antivacunas: ¿para qué me piden que me proteja del sarampión si aquí no hay sarampión? Es un argumento muy similar al que esgrime Lisa en esta escena de Los Simpsons en que intenta venderle a su padre una piedra que ahuyenta tigres.

Podríamos pensar que la piedra de Lisa se parece a las vacunas, creemos que actúan porque no vemos gente sufriendo la enfermedad que combaten. Sin embargo las vacunas tienen detrás sustento empírico e hipótesis cuidadosamente puestas a prueba, una comprensión del mecanismo por el que actúan y evidencia anecdótica múltiple de que ocurre en las poblaciones donde no se las utiliza. La piedra en cambio, sustenta su valor solamente en la autoridad de Lisa, que afirma que funciona.

La conclusión que podemos extraer de comparar estos dos casos es que no solamente importa la acción sino en que está sustentada. Para pelear en contra del sesgo que nos impide ver las consecuencias a futuro no nos queda otra alternativa más que informarnos con fuentes confiables y valorar y apoyar el conocimiento de expertos e instituciones acreditadas.

Aquí vale apuntar también que puede entrar fuertemente en juego la experiencia personal. Quien haya visto al monstruo en el pasado sabrá temerle a su vuelta mucho más que quien nunca lo haya visto. Es mucho menos probable que una persona que haya sido testigo de una epidemia de sarampión se resista la vacuna.

Y si el monstruo avanza gradualmente la reacción tampoco parece muy necesaria. Esto es lo que parece estar ocurriendo con el cambio climático. Una amenaza que podría ser tanto o más grave que el mismísimo coronavirus no despierta la misma atención de los medios y el público ni amerita la misma cantidad de medidas de parte de los gobiernos. La inmediatez del coronavirus fue como una sombra en el bosque haciendo saltar del miedo a aquel antepasado de quien heredamos este sesgo. El cambio climático es una amenaza para la cual nuestras reacciones "viscerales" no están preparadas.

Recompensas por actuar

Así como a escala temporal, la invisibilidad de la amenaza se extiende también a escala espacial. Es muy difícil sostener el comportamiento de lavarnos las manos exhaustivamente cuando no vemos con nuestros propios ojos al virus desapareciendo. Los costos de lavarnos las manos y sobre todo mantener distancia son más que evidentes mientras que la ganancia es básicamente que todo siga igual. Que las cosas no cambien ciertamente no nos da la sensación de recompensa que necesitamos para sostener un comportamiento que nos es molesto y/o costoso. La sensación de que estamos trabajando por algo que no vale la pena es muy marcada cuando el objetivo es que algo no pase. Un excelente ejemplo de esto son las burlas que recibe actualmente la preocupación por el famoso "Y2K". Muchos ingenieros y programadores trabajaron duro para que no se produjeran las fallas que se anticipaban. Las advertencias no fueron exageradas, si la amenaza no apareció, fue porque se hizo lo que se tenía que hacer.

La autoridad y las convicciones

Como ya dijimos, las experiencias previas imponen un fuerte sesgo sobre cómo evaluamos la información. Cuanto más emocionalmente fuertes sean, más indelebles serán nuestros efectos, pero hasta el más mínimo detalle que parece intrascendente puede volverse un obstáculo a superar. Nos sentimos emocionalmente aferrados a nuestras convicciones (sean políticas o de cualquier otra índole) y a las cosas que conocemos "desde siempre". Por lo tanto cuando llega algo que las desafía y las cuestiona sentimos el impulso de defenderlas y resistirnos a la evidencia si ésta es contraria. Los psicólogos llaman a esto sesgo de confirmación: no buscamos sustento racional que al menos intente ser objetivo sino aquel que confirme lo que ya sabemos. Si estamos convencidos de que el gobierno chino es de temer, los pequeños detalles que parecerían indicar su premeditada creación del virus nos saltarán a la vista mientras que el gran influjo de información que apunta en sentido contrario pasará desapercibido.

En esta misma línea podemos mencionar el argumento - o falacia - de autoridad: la idea de que una afirmación no se cuestiona simplemente porque la emite una persona a quien valoramos, por la razón que sea.

Irónicamente también puede pasar lo contrario. En los últimos años sobre todo, viene siendo cada vez más común el desafío a quienes se han ganado su lugar como expertos en un área a través de su educación y de trabajo valioso y cuidadosamente documentado. Los medios periodísticos "tradicionales" tienen una gran responsabilidad en esa tendencia a partir de la errónea idea de que se necesita "balance" al transmitir un concepto científico. Hemos encontrado representantes de minorías antivacunas o anti cambio climático presentados frente a frente con climatólogos y epidemiólogos. La diferencia entre ellos es que ese único experto sentado frente a cámara tiene detrás un sistema que por supuesto tiene infinitas falencias, pero que apunta al menos a despojarse de todos los sesgos que estamos presentando aquí.

Estoy en medio de algo

No solamente las emociones del pasado pueden teñir nuestra capacidad de evaluación. Nuestra situación actual también es un factor importante. Es muy común escuchar que no es buena idea tomar una decisión en estado de enojo pero esto se puede extender a todo el resto de nuestras emociones. Sentir miedo hará que cualquier otro estímulo sea percibido como más amenazante. Ese ciertamente puede ser un aspecto positivo de la situación actual… quizás nuestro constante estado de alarma permita que reaccionemos un poco más a las amenazas ambientales a las que hasta ahora no habíamos dado cabida.

La información contextual más allá de su contenido emocional también es una fuente de sesgos. Tras décadas de investigación los descubrimientos de Daniel Kahneman y Amos Tversky están hoy más vigentes que nunca. Estos dos investigadores trabajaron sobre la manera en que los humanos procesamos la información y describieron varios "atajos mentales" que aun las personas mejor formadas y entrenadas emplean día a día. Entre ellos podemos hablar del sesgo de anclaje, el fenómeno por el cual la primera información que recibimos sobre un tema es determinante sobre todo lo que aprendemos posteriormente sobre el asunto. De esta forma si el primer dato del que nos enteramos sobre virus es que fue diseñado, toda interpretación posterior que hagamos sobre la pandemia va a ser en función de esa idea.

Otro atajo habitual es el de accesibilidad, según el cual presumimos la confianza en un hecho y tenemos certeza de su veracidad simplemente porque lo hemos visto repetido en tiempo y espacio.

Estos atajos no son necesariamente negativos, la teoría afirma que surgieron con el objetivo de facilitar una evaluación rápida y eficiente de las situaciones. En un contexto "salvaje" es recomendable escaparnos de una amenaza rápidamente antes de decir cuan peligrosa es que correr el riesgo de quedarnos sin hacer nada y tomarnos el tiempo para evaluar.

Está en nosotros como seres racionales usar los sesgos solo como una primera aproximación y luego pasar a un segundo y más cuidadoso plano racional de evaluación.

"No soy como los demás"

Nuestra autopercepción también puede ser una fuente de sesgo simplemente por el hecho de que, con toda lógica, nosotros mismos abarcamos mucho de nuestra atención. Es una reacción común descreer de una regla o dato si nosotros somos la excepción. Esta forma de pensar es particularmente peligrosa en un contexto de pandemia cuando la idea de que "a mí no me va a pasar" puede llevarnos a descartar medidas se seguridad y prevención y ponernos en peligro.

¿Entonces qué pasa con los datos?

Por supuesto intentar contrarrestar todos estos sesgos y falacias no es suficiente si no contamos con los datos necesarios para construir nuestras opiniones. Y aquí es donde la educación formal y la comunicación y divulgación se vuelven indispensables. Existe evidencia que indica que si la educación llega antes de la construcción de una convicción es mucho más probable que cuando el concepto se fije, éste haya sufrido menos de los sesgos que presentamos aquí. La educación no solamente nos da datos, nos enseña a pensar de otra forma, a ver el mundo de otra forma y a frenar estos sesgos de manera cada vez más automática.

Esta pandemia está trayendo terribles consecuencias para la humanidad. A las trágicas pérdidas de las personas fallecidas por el virus se suman quienes debido a la situación no pueden recibir atención por otros motivos, quienes han perdido su fuente de empleo o sus ahorros y mucho más.

Es de esperar que esta situación al menos nos enseñe también a tomar más conciencia sobre la información que recibimos y a saber que no somos observadores pasivos.

 

Para saber más:

En inglés

The cognitive bias codex

Cognitive Biases and the Human Brain

The Science of Antiscientific Thinking

En español

¿Por qué creemos en bulos?

¿Por qué hay gente inteligente que cree en fantasmas y supersticiones?

El comportamiento, una bala contra la COVID-19

 

ilustración: M. Alejandra Petino Zappala



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