¿Cómo es eso de contagiarnos con un virus de murciélago? ¿Qué tiene que ver la pandemia con nuestro modo de vida? En esta nota te contamos cómo la sobreexplotación de recursos naturales puso en riesgo al mundo entero.
"La pregunta no es si tendremos una nueva pandemia. La pregunta es cuándo". Hace tiempo que especialistas en epidemiología lo repiten como un mantra, y sin embargo parece que nadie quiso escuchar hasta que fue demasiado tarde.
Seguramente desde que surgió la pandemia de COVID-19 todos nos cruzamos alguna vez con la velada sugerencia de que "es muy raro lo que pasó con el virus" o incluso con la teoría de que fue creado en un laboratorio. Después de todo, razonan algunos, ¿qué sentido tiene esto del virus que salta entre especies? ¿Cómo es que los humanos nos vamos a contagiar con un virus de murciélago?
La realidad es que este tipo de contagio, que conocemos como "zoonosis", se produce por el "derrame" de virus (y también de otros patógenos) de animales a humanos y es tremendamente común. Muchas de las enfermedades que conocemos llegaron así a nosotros. Y otras tantas tienen el potencial de llegar, incluso una y otra vez.
La teoría del derrame
El mecanismo es más o menos simple: supongamos que existe un virus que, por sus características, podría infectar a humanos. El virus se encuentra alojado en individuos de alguna especie que se conoce como "reservorio", con la que mantiene una relación más o menos estable. Tal vez la especie hospedadora ni siquiera sufre consecuencias. Tal vez la infección es relativamente leve, de forma que los individuos no mueren, o al menos no tan rápido como para que el virus desaparezca de esa población. Permanentemente una fracción de individuos de la especie reservorio se encuentra infectada. Los contactos de seres humanos con estas poblaciones aumentan las chances de que el virus se "derrame", es decir, que contagie a una persona. Y si esa persona puede contagiar a otras, estamos en riesgo de que todo derive en una epidemia.
Como mencionábamos antes, los eventos de derrame son tremendamente comunes, y es probable que por cada uno que detectamos, otros tantos con consecuencias menos graves pasen desapercibidos. De algunos de ellos tal vez no hayamos escuchado jamás, aún cuando los patógenos e incluso sus especies reservorio están identificados: el Machupo, el Hendra, el Nipah o el West Nile son ejemplos que tal vez nunca hayas oído nombrar. Y por supuesto, los más conocidos para nosotros, ya sea por su expansión o por el peligro que suponen: el VIH (para el que existieron múltiples eventos de derrame, aunque sólo uno de ellos derivaría en una pandemia), Ébola (múltiples eventos de derrame), gripe aviar y porcina (responsables de dos pandemias: la reciente de 2009 y la gripe española que entre 1917 y 1920 infectó a al menos un tercio de la población y mató a decenas de millones) y los coronavirus causantes de SARS (el primer derrame registrado fue el de SARS-CoV-1, en 2003, y la pandemia actual es fruto de un segundo evento). Sí, todos esos son virus que llegaron a los humanos a través de derrames desde otras especies animales. Y por supuesto, estas listas no son exhaustivas.
Investigando derrames
Aún cuando puede haber sospechas sobre el origen de un derrame, no siempre es fácil confirmarlas. Los investigadores deben encontrar al patógeno (o a alguno muy similar) en muchos individuos de alguna especie, preferentemente activo (es decir, capaz de contagiar). A veces puede haber virus parecidos en muchas especies, porque así como el patógeno puede derramarse de sus reservorios a humanos, puede también transmitirse a otros animales. A veces los humanos no se infectan directamente desde la especie reservorio sino mediante otra especie que actúa como vector.
Como ejemplo tenemos el Ébola, tan letal y por mucho tiempo circunscripto a regiones de África muy difíciles de alcanzar para médicos e investigadores: cuando llegaban al epicentro de un brote, muchas veces no encontraban pacientes vivos. Casi siempre los brotes se relacionaban al consumo de carne de chimpancés o gorilas. Estas especies no son el reservorio, ya que a todas luces también son severamente afectadas por brotes del virus. Al día de hoy aún está en duda cuál es el reservorio del Ébola, aunque el candidato más firme son los murciélagos. Y la mayoría de los brotes en humanos se dan por eventos independientes de derrame: el Ébola estalla y desaparece rápidamente, pero tarde o temprano vuelve a nosotros por un nuevo contacto con la especie reservorio o alguna transmisora.
Con el SARS-CoV-2, el coronavirus que causa COVID-19, pasa algo parecido. Escuchamos noticias aparentemente contradictorias: ¿lo encontraron en murciélagos o en pangolines? ¡Ambas son correctas! En ambas especies se encontraron virus parecidos. No estamos 100% seguros si fue el murciélago el que lo transmitió a los humanos o si el pangolín actuó como especie intermediaria, pero ambos tienen el potencial de contagiarnos con coronavirus y por lo tanto debe evitarse el contacto. Y esto, en realidad, ya lo sabíamos, pues un virus muy parecido bautizado SARS-CoV-1 afectó a varios humanos en 2003, proveniente de murciélagos, con la civeta como especie intermediaria. En ese momento ya se sabía que los murciélagos eran un reservorio de estos virus, que otros mamíferos silvestres podían actuar como intermediarios y que existía el potencial de nuevos derrames.
Pero, como decíamos antes, estos no son los únicos casos problemáticos. Puede haber muchas especies que son reservorios de virus y otros patógenos, algunos que tal vez ni conocemos, o de los que, momentáneamente, estamos a salvo. Es más fácil y tranquilizador, dentro del inquietante panorama de la pandemia, pensar en algo tan extraño y ajeno como el consumo de murciélagos. Culpar a otros. Sugerir que fueron descuidados, que es algo de otras culturas que a nosotros no podría pasarnos... ¿O sí?
Derrames y explotación de recursos
El problema es más amplio de lo que parece, y aunque la conexión no sea inmediatamente obvia, tiene que ver con la forma en que en todo el mundo nos relacionamos con las especies que consumimos. La cría intensiva de animales es en sí misma problemática. Los feedlots, esos grandes complejos que albergan a distintos animales en condiciones de hacinamiento, son verdaderas bombas de tiempo para el surgimiento de enfermedades zoonóticas. Si le agregamos la alta densidad humana en las ciudades y la movilidad de personas alrededor del mundo, tenemos todos los ingredientes para una pandemia. No hace falta usar la imaginación: las gripes aviar y porcina son ejemplos suficientemente cercanos de virus que aparecen periódicamente en poblaciones humanas. Hay un gran número de eventos de derrame documentados cuyo origen puede rastrearse en muchos casos a feedlots y mercados y eventualmente algún brote llega a la categoría de pandemia. Para empeorar las cosas, los virus de la gripe pueden recombinarse cuando infectan al mismo hospedador, y la presencia de cerdos y aves hacinados en los mismos terrenos es muy común. Como resultado podemos contar la pandemia de 2009, causada por un virus que era un mosaico de gripe aviar y porcina, producto de varios eventos de recombinación en distintas especies a lo largo de décadas.
Las super-cepas de gripe que surgen de los feedlots y mercados no son el único problema. Muchas otras enfermedades zoonóticas son transmitidas por especies que se vuelven muy abundantes en los ambientes modificados por los humanos. Por ejemplo las ratas o ciertas especies de mosquito, como los del género Aedes, encuentran en las ciudades no sólo recursos casi ilimitados sino protección contra sus predadores, y sus poblaciones crecen en gran número. Otras especies que viven en ecosistemas no urbanos deben cambiar su distribución cuando sus ambientes son alterados o fragmentados y tienen contacto más frecuente con los humanos, aumentando la chance de derrames. Es decir que el impacto que la humanidad tiene en los ecosistemas, la degradación de ambientes y la pérdida de biodiversidad aumentan el riesgo de zoonosis. La pandemia que estamos viviendo es una consecuencia natural de la sobreexplotación de recursos, y muy probablemente no sea la última.
Es un escenario complicado el que tenemos por delante, aunque eso no significa que no pueda cambiar. Es cierto que las interacciones con otras especies son inevitables, pero lo que aumenta espectacularmente el riesgo de derrames es la explotación desmedida de los recursos naturales. Se requieren modificaciones estructurales y no meros "parches" para salir de esta situación, y es seguro que habrá muchos intereses poderosos en juego, porque el problema está en el corazón mismo de nuestro sistema económico.
La pandemia actual nos muestra sólo una punta del iceberg de nuestro futuro. Si no repensamos nuestra relación con los recursos naturales, estamos condenados a la aparición periódica de nuevas pandemias y a correr detrás de alguna vacuna cuando la situación ya califica de catástrofe.