Mientras la vacunación va tomando ritmo y se inmuniza a grupos etarios más jóvenes, resurge la discusión sobre segundas dosis. En esta nota te contamos para qué sirven y por qué se amplió el espacio entre aplicaciones.
En los últimos días crecieron los reclamos por la entrada de segundas dosis de la vacuna contra el SARS-CoV-2 para las personas que ya fueron vacunadas con el primer componente de Sputnik V. Se habló de “vencimiento” de las primeras dosis y de que esas personas vacunadas quedaban nuevamente desprotegidas. Sin embargo, y aún cuando es importante completar los esquemas de vacunación, estas versiones son falsas, y tienen que ver con concepciones erróneas de cómo funciona la respuesta inmune. Entender el problema requiere dejar de pensar en términos absolutos para hablar más bien de grises y probabilidades.
El comportamiento de la respuesta inmune varía mucho de persona a persona, en el tiempo y también de acuerdo a cómo haya sido generada (por contacto con un patógeno, por inmunización, con qué vacuna, etcétera). Es cierto que la capacidad de respuesta inmune al virus SARS-CoV-2 (tanto la generada por la infección como por las vacunas, que “presentan” al sistema inmune fragmentos similares a los de virus conocidos como “antígenos”), va disminuyendo lentamente con el tiempo en cada persona. Muchos de los esquemas de vacunación son de dos dosis justamente por esto: la segunda exposición a los antígenos actúa como un “refuerzo”, es decir, vuelve a generar una activación del sistema inmune que esta segunda vez debería ser aún mayor que la primera.
Lo importante es que la efectividad de la primera vacuna no se pierde de un día para el otro, aunque es cierto que va disminuyendo lentamente la protección hasta que se recibe el refuerzo (como se ve en la imagen en la línea punteada).
El espacio entre las dosis es importante: el sistema inmune tarda un tiempo después de la primera vacuna en activarse, “desactivarse” y luego generar cierta “memoria”. Para aplicar la segunda dosis hay que esperar un tiempo mínimo hasta que ocurra este proceso; inocular con las dos en un plazo muy corto no sería efectivo. Al menos unas tres semanas es el intervalo que se había establecido originalmente para los esquemas de inmunización para el coronavirus. Sin embargo, cuánto conviene espaciar las dos dosis como máximo es una pregunta más complicada, en la que hay que considerar más factores. En el caso de las vacunas contra el coronavirus, también tiene que entrar en la ecuación el problema de la provisión, y lo poco que se sabe de esta infección en particular.
Ante la escasez de vacunas, un problema que se dio en todo el mundo, había que optar entre dos escenarios. Ninguno de ellos era óptimo, algo a lo que nos hemos acostumbrado en la pandemia: muchas veces se trata de elegir “la opción menos peor”. ¿Vacunar a menos gente con dos dosis, y garantizarles un riesgo muy bajo, o vacunar a más gente con una dosis, y que muchos más tuviesen riesgo bajo, pero no TAN bajo, por unos meses? Argentina, así como muchos otros países, eligió la segunda opción y priorizó dar primeras dosis y cubrir a un mayor porcentaje de la población. Para eso la única posibilidad era espaciar un poco más la primera y segunda dosis con respecto al esquema original. En el caso de la Sputnik V, que tiene dos componentes distintos para la primera y segunda dosis, eso implicó comprar más dosis del componente 1 y dilatar la compra del componente 2 por un tiempo.
¿Por qué 90 días?
El de 90 días es un plazo relativamente arbitrario que tiene que ver con poner en la balanza distintos factores, como que la inmunidad original no haya disminuido demasiado, que la segunda dosis logre generar una respuesta efectiva, y que mientras tanto se pueda vacunar con primeras dosis a otras personas. No significa que a los 90 días de aplicada la dosis la vacuna “se vence”, por más que hayan circulado malas interpretaciones (o versiones malintencionadas) al respecto. La respuesta inmune no vuelve a cero al día 91. Por supuesto, eso no significa que sea deseable retrasar más la segunda dosis, porque lo mejor es que la persona reciba el refuerzo y llegue al mayor nivel de protección posible. Por otro lado, aunque se sabe que la respuesta inmune no se pierde de un día para el otro, no hay ensayos clínicos que hayan evaluado un mayor espaciamiento de las dosis.
El valor de 90 días es un compromiso, un tiempo en el que sabemos que la efectividad luego del refuerzo se mantiene (de hecho, hasta puede que sea mayor), pero que implica que esa persona pase un tiempo con una protección menor a la que podría obtener con el refuerzo. Y ese es un factor que, especialmente para personas mayores o con comorbilidades, hay que poner en la balanza también.
Es importante que todas las personas vacunadas con la primera dosis completen el esquema de vacunación según los plazos aproximados que se determinaron en los ensayos clínicos. Esto vale especialmente para quienes son más vulnerables, para que tengan una mayor protección lo antes posible. Pero eso no significa que al día 91 su primera dosis “haya vencido” ni que haya sido una dosis desperdiciada.
También dejar de pensar en absolutos es necesario para entender que las vacunas son muy efectivas, especialmente contra los síntomas graves, pero no evitan el 100% de los contagios, y por eso es importante aún con las dos dosis seguir manteniendo las precauciones mientras haya circulación del virus en la comunidad, para cuidarse y cuidar a los demás.