En medio de las numerosas noticias sobre la efectividad de las nuevas vacunas para el coronavirus, el caso de la llamada "vacuna de Oxford" de la empresa AstraZeneca pasó como uno más. Pero a medida que el tiempo corre la confianza de los resultados para esta vacuna se debilita, mientras las otras parecerían irse ganando la opinión pública y la aceptación de los expertos. ¿Qué está pasando?
En medio de las numerosas noticias sobre la efectividad de las nuevas vacunas para el coronavirus, el caso de la llamada "vacuna de Oxford" de la empresa AstraZeneca pasó como uno más. Pero a medida que el tiempo corre la confianza de los resultados para esta vacuna se debilita, mientras las otras parecerían irse ganando la opinión pública y la aceptación de los expertos. ¿Qué está pasando?
Comencemos por repasar brevemente cómo funciona un ensayo clínico y cómo son sus protocolos. Luego de las primeras dos fases (que involucran pruebas in vitro, en modelos animales y en voluntarios humanos a pequeña escala) comienza la fase tres, en la que se encuentran la mayoría de las vacunas que vemos en los medios, que se realiza sobre un número mucho mayor de personas. Se toman voluntarios (que alrededor del mundo pueden llegar a decenas o cientos de miles) y se los somete a la vacunación o bien a una inyección de placebo; es decir que todo el proceso es exactamente igual, únicamente varía el contenido de la jeringa en el momento de la aplicación. Este es un dato que el voluntario y los evaluadores desconocen, de forma de minimizar cualquier posible sesgos por saber quiénes recibieron vacuna y quiénes no.
En una segunda etapa se analizan los datos. En los ensayos se miden distintos resultados, por ejemplo la producción de anticuerpos para personas de ambos grupos (se espera que sólo los vacunados los desarrollen, aunque pueden aparecer en el grupo placebo si eventualmente se exponen al virus) o bien la tasa de voluntarios de cada grupo que desarrolló luego la enfermedad.
De este último indicador se habló en los últimos días al comunicar la efectividad de las vacunas. Por ejemplo, si se dice que la efectividad fue del 90%, esto significa que en el grupo vacunado se detectaron alrededor de un 90% menos de los casos de COVID esperados en base a la comparación con quienes recibieron placebo.
Pero hay otro punto importante: ¿cómo se calcula esta efectividad? ¿Cómo se define? ¿Cuántos voluntarios se incluyen en el análisis? ¿En qué momento se corta la toma de datos para analizar y publicar los resultados? Todo esto debería ser establecido de antemano en el protocolo, para evitar que los investigadores decidan arbitrariamente cuándo cortar el experimento, a quiénes incluir en los análisis, y qué variables son las que van a medir. Sería muy fácil, en caso de no explicitar todas estas condiciones, elegir las variables y/o los grupos “a dedo” para obtener los mejores resultados.
Y volvemos a "la vacuna de Oxford". Todo indica que cuando en las últimas semanas los responsables de varias de las vacunas comenzaron a divulgar sus resultados preliminares, AstraZeneca no quiso quedarse atrás. Pero pese al optimismo inicial, en los últimos días surgió la preocupación acerca de los resultados publicados a la prensa. Circuló la idea de que la vacuna probablemente nunca sería aprobada e incluso cayeron las acciones de la empresa. Y es que, justamente, sus análisis no parecen haber seguido los mismos lineamientos que las demás, y eso hace que los resultados no sean confiables.
Por empezar, algunos voluntarios fueron removidos del análisis sin explicación, y eso hace sonar alarmas; la empresa podría estar eligiendo los grupos en los que tuvieron mejor suerte. Por otro lado, a diferencia de lo que sucedió con otras vacunas que estandarizaron el procedimiento, los datos liberados de "la vacuna de Oxford" corresponden a un rejunte de dos grandes ensayos realizados en Gran Bretaña y Brasil con diferentes protocolos. Lo más correcto entonces sería presentarlos de forma independiente, y algunos expertos se preguntan por qué.
Por otro lado, los mejores resultados que comunicaron corresponden a un subgrupo de voluntarios que por error recibieron media dosis en lugar de una completa en la primera aplicación (quince días después, recibieron un refuerzo de una dosis, al igual que los otros voluntarios). Los responsables sólo se dieron cuenta del error porque los voluntarios tuvieron menos efectos secundarios que lo esperado. Tal vez paradójicamente, la efectividad para este grupo sería del 90%, contra 62% para los que recibieron dos dosis completas. Desde la empresa intentaron abonar la hipótesis de que en un afortunado accidente encontraron una mejor formulación para prevenir el coronavirus, y varios medios de comunicación se subieron al trencito del optimismo. Pero hay otras explicaciones posibles: el grupo que recibió media dosis la primera vez fue más pequeño (menos de 3.000 voluntarios) y además no había ninguna persona mayor a 55 años, un dato que no se había hecho público originalmente. Y, por supuesto, al ser producto de un error, a estas personas no se las seleccionó para el tratamiento de forma aleatoria, como debería hacerse. Eso aumenta la chance de que la efectividad calculada haya sido producto o bien del azar, o de un sesgo, por ejemplo una menor vulnerabilidad a casos graves de COVID en individuos jóvenes.
Hasta ahora se depositaban muchas esperanzas en esta vacuna por ser más barata y por tener requerimientos de refrigeración menos estrictos que las de ARN. Pero por el momento estos protocolos un poco "flojos de papeles" despertaron tal escepticismo que AstraZeneca, en un intento por granjearse nuevamente la confianza del público, anunció un segundo ensayo mundial para confirmar la efectividad de la vacuna, poniendo a prueba (esta vez, a propósito) el protocolo de una dosis y media.
Todavía falta tiempo para saber cuáles de las vacunas llegarán algún día a aprobarse. Mientras tanto, es importante que la urgencia no conspire en contra de las buenas prácticas científicas y éticas cuando la salud de tantas personas está en juego.