En un nevado rincón del Ártico, una bóveda alberga millones. Un tesoro cuidadosamente protegido y que sus dueños esperan no tener que usar nunca.
En el océano Ártico, a mitad de camino entre Europa y el polo norte, encontramos el archipiélago noruego de Svalbard, un grupo de islas con una población humana de poco más de 2000 personas y una de las mayores concentraciones de osos polares del mundo.
El escarpado terreno y lo inclemente del clima hacen de Svalbard una tierra de aspecto aún salvaje y prístino, pero detrás de los picos nevados se esconde una historia de asentamientos de varios países y numerosas minas para explotar los recursos naturales de la región. El archipiélago cuenta con una población de variados orígenes y un influjo constante de turistas en busca de sus hermosos paisajes y sobre todo su habitante estrella: el oso polar. Al mismo tiempo, al igual que otras regiones polares, Svalbard posee varias bases científicas destinadas a investigación.
Pero detrás de esta imagen de típica isla ártica, se esconde el mayor tesoro de Svalbard y aquello que la hace única en el mundo.
En una ladera cercana al aeropuerto se alza la entrada a una bóveda construida dentro de la montaña. Las paredes de concreto sin ventanas en medio del paisaje de nieve y rocas y los extremos controles que deben pasar quienes quieren acceder a ella hacen inevitable pensar en una película de acción. ¿Existe de verdad este lugar ultra protegido? ¿Y qué guarda? ¿Armas de fuego? ¿Químicas? ¿Biológicas? Es inevitable pensar en los escenarios más pesimistas… Sin embargo la bóveda de Svalbard es accesible para todos aquellos países que deseen utilizarla, por lo cual queda descartado que su contenido sea destinado a acciones bélicas. De todas formas, los conflictos bélicos que lamentablemente seguimos repitiendo los humanos alrededor del mundo fueron uno de los factores que determinaron su creación.
Quien consiga el permiso para acceder a la bóveda, se encontrará detrás de esa estilizada entrada con único pasillo que conduce a tres grandes almacenes poblados de estanterías repletas de enormes baúles. Dentro de esos baúles se encuentra el tesoro de Svalbard, un tesoro que pertenece realmente a toda la humanidad: millones de semillas de miles de especies agrícolas de todo el planeta.
Si bien ya existían muchos bancos de semillas alrededor del mundo, destinados a preservar ejemplares de especies de consumo humano pero también representando la biodiversidad vegetal salvaje, la bóveda de Svalbard es algo así como un "banco central" para todas ellas, un respaldo más para las reservas, que reúne la riqueza de todos los bancos de su tipo. La instalación se creó con el objetivo de preservar ese importante recurso ante posibles crisis (conflictos bélicos, desastres naturales, etc.) que resulten en la pérdida de las reservas de semillas con las que cada país cuenta en su propio territorio.
La bóveda funciona en realidad como las cajas de seguridad de un banco. Las instalaciones fueron construidas y son manejadas por el gobierno noruego junto con un consorcio de fundaciones pero el recurso "depositado" pertenece al país que lo envía. Cada baúl acumulado en los anaqueles corresponde a las muestras enviadas por los bancos de semillas de los distintos países. Dentro se encuentran recipientes separados para cada especie con su correspondiente etiqueta identificadora. A diferencia de lo que ocurriría en un banco monetario, el uso de la bóveda es enteramente gratuito para quienes envían las muestras. Cada país firma un acuerdo con el gobierno noruego, que se compromete a preservar su aporte y no reclamar propiedad sobre éste. (Vale aclarar que por leyes noruegas no está permitido enviar muestras de semillas genéticamente modificadas ni de cultivos ilegales como marihuana).
¿Y por qué se ofreció Noruega a ser la protectora de semejante riqueza, renunciando a cualquier ganancia o propiedad sobre ella? En principio podemos mencionar las condiciones climáticas y geológicas ideales de la isla de Spitsbergen en Svalbard. El clima frío del archipiélago y el suelo congelado (permafrost) dentro del cual fue construida la bóveda, contribuyen a mantener las condiciones ideales para las semillas, aún en caso de perder electricidad durante un tiempo largo. A esto se suma el hecho de que Svalbard se encuentra en una zona de casi nula actividad tectónica, baja contaminación y baja circulación humana. Y finalmente Spitsbergen se ubica a tal altura que dejaría a salvo la entrada de la bóveda aun en el caso de un aumento catastrófico del nivel del mar (por ejemplo el que se calcula que podría ocurrir de derretirse todos los casquetes de hielo polar). Lo cierto es que Noruega ya guardaba de esta forma sus semillas desde hacía décadas, en una de las varias minas de carbón abandonadas en el archipiélago, por lo que extender, modernizar y volver más eficiente su almacenaje era un paso natural. Al sumarse las ONG que forman parte de la administración de la bóveda se extendió la posibilidad de aprovechar las instalaciones a cualquier otro país o institución que así lo deseara, viéndolo como un objetivo altruista del cual el país anfitrión va a ser uno de los beneficiados.
Svalbard cuenta con reservas de todos los países del planeta (incluyendo Corea del Norte), que de manera regular amplían sus colecciones con nuevos envíos. Aún queda mucho espacio disponible a pesar de que desde su fundación en 2006 la bóveda ha recibido una sola extracción. A raíz de la desgarradora guerra civil siria, una de las muchas prestigiosas instituciones de investigación que se vieron forzadas a huir de la ciudad de Alepo fue el Centro internacional de Investigación en Agricultura de áreas Secas (ICARDA por sus siglas en inglés). La institución se mudó a Beirut pero no pudo trasladar con éxito la totalidad de su banco de semillas por lo que en 2015 y 2017, se realizaron dos retiros del stock de Siria en Svalbard.
Es de esperar que las reservas de esta particular bóveda no deban ser utilizadas nunca más pero lamentablemente siendo realistas, es tranquilizador saber que existe este importante stock para uno de los recursos más trascendentes para nuestra especie.
Imágenes: Wikimedia Commons