Fuente: esparciencia
Era un candidato seguro al premio Nobel, pero estaba engañando a todo el mundo. ¿Qué nos dice la historia de Paolo Macchiarini sobre cómo funciona el sistema científico?
En febrero de este año una serie de Netflix invadió las pantallas de nuestras computadoras y, como ya es costumbre, las redes sociales. Amada u odiada, no importa (a eso también nos acostumbramos), todo el mundo habló de Inventing Anna. En la serie (y fuera de ella, pues se trata de un caso real) Anna Delvey, una heredera millonaria de origen alemán, con interés en el arte y gustos caros, es descubierta como un fraude: en realidad es rusa, su nombre es Anna Sorokina y varios hoteles alrededor del mundo la buscan para cobrarle decenas de miles de dólares. Durante años Anna ha estado engañando a sus numerosos amigos, convenciendo a algunos de que cubran parte de sus excéntricos consumos, y por poco logra conseguir préstamos y créditos millonarios de bancos y empresas, prometiendo devolverlos cuando cobrase su herencia… por supuesto, inexistente. La pregunta que surge de inmediato es: ¿cómo logró mantener la mentira por tanto tiempo? La serie es explícita al proponer una respuesta en boca de su abogado: la gente cree lo que quiere creer. Los amigos de Anna querían estar en compañía de una heredera de gustos refinados y por eso eligieron no ver las inconsistencias en su relato. No menos importante era el interés en su dinero y los lujos que ella les ofrecía. Pero si esto es cierto se abren nuevas e inquietantes preguntas… ¿Qué tan lejos podría llegar un engaño? ¿Qué tan ciegos podemos ser cuando queremos creer en algo y qué peligros podemos llegar a correr?
En la historia de Anna Delvey se trató mayormente de dinero. Sin embargo, algunos fraudes pueden poner mucho más en riesgo jugando con nuestras mayores esperanzas, como la salud y la vida. Por desgracia hay múltiples ejemplos, pero algunos sorprenden por lo lejos que llegaron. Cuando un fraude ocurre literalmente ante los ojos del mundo entero, debemos preguntarnos por qué no hay mecanismos para impedirlo o por qué motivo no están funcionando.
Uno de los casos, que tal vez ameritaría su propia serie, es el del italiano Paolo Macchiarini. Recibido de médico en los años 80, doctorado en los 90, trabajó en varias instituciones en diversos países europeos. En algunas de ellas tuvo cargos muy importantes (aunque ahora, por motivos que veremos, es un poco difícil rastrear su pasado). Ciertamente nadie dudaría de una persona cuyo Curriculum Vitae incluye años de experiencia como jefe de cirugía torácica en un importante hospital universitario de Alemania, puestos de investigador en Barcelona, de docente en universidades en Alemania, Italia y Rusia y un nombramiento honorario como profesor en el University College de Londres.
Al menos, en el prestigioso hospital universitario del Instituto Karolinska de Suecia (nada menos que la institución que elige a los ganadores del Nobel de Fisiología y Medicina) la trayectoria del italiano no generó dudas. Pero los puestos previos de Macchiarini no fueron lo único que tentó al Instituto para asegurarle un lugar en su staff: dos años antes, el médico había aparecido en los medios de todo el mundo al desarrollar una revolucionaria técnica con células madre. Claudia Castillo, una mujer española paciente de tuberculosis, recibió un trasplante para reemplazar uno de sus bronquios. La novedad es que se trató de una tráquea de un donante que antes del procedimiento fue colonizada por células madre de la propia Castillo, con lo que en principio se eliminaba el riesgo de rechazo y la necesidad de medicación inmunosupresora con debilitantes efectos secundarios. El mundo celebró el logro y al carismático Dr. Macchiarini y las instituciones más importantes se lo disputaron. ¿Quién no querría a este hombre en sus filas?
2010 fue un gran año para el médico, que además de entrar en el Instituto realizó varios nuevos “autotrasplantes”. En 2011 dio un paso más y utilizó una tráquea artificial de material similar al plástico cubierta con células madre de su paciente, con lo que ya ni siquiera se necesitaba un donante. Se trataba del primer trasplante totalmente sintético del mundo.
A lo largo de unos años atendió a pacientes de cáncer, accidentados y hasta una niña nacida con una malformación. Sí, su técnica era nueva, pero Macchiarini aseguraba que todos ellos eran casos muy graves en los que valía la pena correr los riesgos, por lo que se autorizaba el uso compasivo del procedimiento. Además, según informaron las autoridades de las instituciones a los medios, cada uno de los casos fue exitoso. El cielo era el límite...
...aunque no faltaron algunos baches. El primero fue una denuncia por extorsión que llevó a un breve arresto del médico en 2012. Se lo acusaba de haber pedido dinero a sus pacientes para apurar los procedimientos, aunque luego los cargos fueron levantados. En medio de la investigación uno de sus papers fue retractado por haber “tomado prestados” datos ajenos sin permiso. Pero sacando estos nubarrones pasajeros, todo iba bien. La cadena NBC incluso publicó un documental destacando esta promesa de la medicina regenerativa. Ni siquiera Benita Alexander, la periodista productora de la pieza, pudo resistirse a los encantos del médico italiano, que le propuso casamiento en la navidad de 2014.
Apenas un par de días tardó esta historia de amor en caerse cual castillo de naipes: en año nuevo Macchiarini le dijo a su prometida que debía irse para hacer una operación muy importante, pero secreta. Le confesó que había operado a grandes líderes mundiales y celebridades, incluyendo a Clinton, Obama, el emperador de Japón y hasta al Papa Francisco, que en agradecimiento oficiaría la ceremonia de casamiento. Sonaba demasiado bueno para ser verdad, y de hecho era una pila de mentiras. Ninguna de estas personas conocía a Macchiarini, como la periodista rápidamente pudo comprobar. La farsa había ido muy lejos, y era una historia demasiado buena para no ser contada. A principios de 2016 salía en Vanity Fair una nota sobre el bizarro amorío y su abrupto final que dejaba al italiano como un fraude hecho y derecho. La pregunta quedaba flotando… Si mintió sobre todo a quien sería su cónyuge, ¿qué otros engaños podría ocultar?
Jamás sabremos si fue este artículo lo que alertó a sus colegas, pero a partir de esa fecha comenzaron varias investigaciones y la reputación de Macchiarini cayó en picada. Pronto se descubrió que sus revolucionarios procedimientos habían sido realizados sin pasar por un comité de ética, una grave falta y violación a los derechos de sus pacientes. Al revisar sus viejos artículos publicados aparecieron datos falsos, tanto de los resultados de las operaciones en personas como en los ensayos originales en animales. La milagrosa técnica de Macchiarini nunca debió haber llegado a la fase clínica.
El Instituto Karolinska, donde trabajaba en ese momento, relativizó las acusaciones, pero ya era demasiado tarde. “Experimenten”, una serie de episodios documentales sobre el caso, salió en 2016 en la televisión pública sueca. Lo que salía en el programa heló la sangre de los televidentes: casi todos los pacientes que habían recibido el revolucionario trasplante, cuya salud había mejorado notablemente según los reportes médicos, estaban en realidad muertos. Los que aún vivían sufrían terribles complicaciones o bien el trasplante había sido reemplazado por tráqueas de donantes. Otros tantos murieron desde entonces. En ningún caso la técnica de Macchiarini había funcionado. Para peor: con la idea de operar a sus pacientes bajo la etiqueta de “uso compasivo” había exagerado la gravedad de sus cuadros. Tal vez al día de hoy muchos de ellos no hubiesen muerto de no haber sido sometidos al procedimiento.
Después de la publicación del documental, y seguramente temiendo sus efectos en la opinión pública, el Instituto Karolinska se tomó más en serio las investigaciones. Decidieron no renovar el contrato del médico aduciendo inconsistencias en su Currículum. Pero no pudieron detener el fragor en los medios de comunicación, especialmente cuando la BBC decidió producir su propio documental sobre este candente asunto en 2016. Ya en 2017 la institución hospitalaria aceptó que Macchiarini era culpable de las faltas de las que se lo acusaba.
En estos días Macchiarini ocupa el banquillo de los acusados en la Corte de Solna (Suecia) acusado de agresión con agravantes contra tres de sus pacientes. Tampoco las autoridades del Instituto Karolinska salieron indemnes. Si el médico pudo llegar tan lejos fue porque todos los mecanismos de control habían fallado. No sólo nadie había controlado sus antecedentes, ni verificado que los procedimientos hubiesen sido debidamente aprobados, ni confirmado el grave estado de los pacientes previo a la operación ni su supuesta mejoría posterior; además habían ignorado denuncias. De hecho, habían tomado represalias contra los pocos que se animaron a poner su trabajo en duda a lo largo de los años, y esperaron a que la situación fuese insostenible para retirar su apoyo al fraudulento doctor. Era claro que durante mucho tiempo nadie había evaluado propiamente a Macchiarini, y por esos motivos buena parte de la cúpula del Instituto Karolinska perdió su trabajo.
Sí, al final el fraude fue descubierto y rodaron cabezas, pero al igual que con el caso de Anna Delvey, no podemos evitar preguntarnos cómo pudo llegar tan lejos: al menos 17 operaciones altamente publicitadas, notas en medios de impacto internacional, y sólo fue descubierto por inventar que conocía al Papa Francisco. ¿Seguiría operando hoy en día si no hubiese prometido a su pareja, una periodista con llegada a grandes medios, la visita de la máxima autoridad de la iglesia católica?
Tal vez nunca sepamos qué motivó a Macchiarini a mentir. Lo que sí podemos imaginar es qué esperanzas llevaron al mundo a creer en él y en otras tantas grandes promesas que abundan en ciencia, especialmente cuando de nuevas tecnologías se trata. Ante temas tan sensibles en que la desesperación de muchas personas las hace vulnerables al engaño, la actitud crítica de los responsables debería prevalecer frente a esta maquinaria propagandística. Aún así la ambición, las estructuras de poder y cierta fe ciega en el progreso científico se combinan para que rara vez se cuestione qué tan realistas son las promesas y si realmente resultarán en el bien común. Esta historia dice menos de Macchiarini, tal vez un mentiroso patológico, que de un sistema en el que reina la lógica del mercado y en que las esperanzas cotizan alto.