Fuente: pexels

Hongos, magia y ciencia

Por M. Alejandra Petino Zappala

Publicado el 21 Abril 2023 07:11

Tiempo de lectura: 5 minutos.

Cada vez son más países los que aprueban el uso medicinal de “hongos mágicos”. ¿Querés conocer su historia? Acompañanos en este viaje...


Para seguir celebrando el día de la Micología en honor a Carlos Spegazzini, continuamos hoy con la temática fúngica. El tema del día: "hongos mágicos".

Seguramente alguna vez hayas oído hablar de ellos. Se trata de aquellos que producen setas alucinógenas. En los últimos años son cada vez más mencionados en las noticias porque su consumo está siendo aprobado para usos medicinales en algunos países o estados, aunque también es muy extendida la comunidad de personas que disfrutan cultivándolos y consumiéndolos de forma recreativa o espiritual.

La sustancia responsable de los efectos alucinógenos es la psilocibina, nombre que viene de Psilocybe, el principal género de “hongos mágicos”, aunque también se la encuentra en otras especies. En realidad sólo las setas (la parte del hongo que todos conocemos, el “sombrerito” que sale a la superficie, que es únicamente la estructura reproductiva) contienen psilocibina. Las esporas (algo así como las “semillas”) y el micelio (una gran red subterránea de “pelitos” llamados hifas, que es el verdadero “cuerpo” del hongo) no tienen esta sustancia.

Un bloque de micelio de Psilocybe cubensis con setas sobresaliendo de él. Fuente: zamnesia

Dependiendo de la cantidad que se consuma, las personas pueden sentir distintos efectos. Se le llama “macrodosis” a la dosis que puede provocar desde distorsiones de los sentidos hasta alucinaciones, sensación de euforia, epifanía e iluminación (aunque, muchos dicen, el consumo no está exento de efectos negativos, sobre todo digestivos, o de la posibilidad de tener “malos viajes”).

Hay registros bastante antiguos del uso de hongos alucinógenos, o que al menos sugieren que han despertado cierto interés en poblaciones humanas de distintos continentes por muchos siglos. Las referencias más lejanas en el tiempo datan de hace unos 6000 años, pero algunos creen que su consumo se extiende muchísimo más. Un etnobotánico entusiasta de los hongos llegó a proponer que su ingestión ha sido la responsable de la transición del Homo erectus al Homo sapiens (por si te lo estás preguntando, esta teoría que dio en llamar “la hipótesis del mono drogado” está muy floja de papeles).

En la actualidad hay distintas culturas que han hecho del consumo de hongos parte de su identidad, con complejos rituales y ceremonias que en algunos casos han sobrevivido a la persecución de la iglesia católica y de las leyes de la mayoría de los países. En realidad, el status de los hongos representa para muchas legislaciones un espacio gris: como alucinógenos se encontrarían prohibidos, pero el micelio y las esporas no lo son, y por lo tanto su comercialización, técnicamente, sería legal. De hecho, hasta los años ‘70 no se había regulado ni el consumo ni la venta de ninguna parte del hongo, y su consumo recreativo era muy popular en algunos círculos. Incluso había científicos pertenecientes a farmacéuticas estudiando su composición química y su uso para terapias de salud mental. La prohibición cercenó (al menos por un tiempo) cualquier posibilidad de hacer investigación legalmente.

Sello de esporas de Psilocybe. Fuente: wikimedia commons

Recién en los últimos años, y con el avance de las neurociencias (y, por supuesto, de la industria farmacéutica), los hongos recobraron cierta legitimidad e incluso en varios países se aprobó su uso para terapias. De hecho hay muchas empresas intentando comercializar psilocibina, animadas por la ola de aprobaciones. Esto dividió a la comunidad de consumidores y entusiastas de los hongos: muchos cultivadores rechazan lo que ven como un avance de la industria y reivindican el cultivo artesanal y la relación que se establece con los hongos; otros creen que la legitimación para el uso en salud mental es una buena noticia porque elimina la “mala reputación” de los alucinógenos. Hay quienes, de hecho, creen que ese es el único uso que debería permitirse. Muchos otros creen que debería permitirse su utilización recreativa y espiritual, más allá de lo que diga la ciencia sobre su uso para patologías psiquiátricas. 

En los últimos años, además, se hizo cada vez más popular el consumo de microdosis, es decir, cantidades que no producen un efecto psicoactivo obvio. Las personas no tienen alucinaciones ni perciben nada extraño, pero en general reportan sentirse más “conectados” con sus sentimientos o con la naturaleza. Tal vez una de las razones de este boom sea la publicidad que tiene el uso de microdosis para mejorar la productividad. Hasta en Silicon Valley se subieron a este trencito, y muchos empresarios salieron en público a destacar el potencial de los hongos para lograr trabajadores más motivados y eficientes. En paralelo empezaron a abrir tiendas que vendían combinaciones de hongos alucinógenos y otros no psicoactivos, con distintas propiedades cuidadosamente diseñadas para maximizar sus supuestos efectos en el cerebro. Por supuesto, no tardaron en aparecer los gurúes dispuestos a sacar una tajada del incipiente furor micótico.

Muchas empresas venden kits con distintas propiedades. Fuente: The Guardian

¿Son reales las propiedades de los hongos (en micro o macrodosis) para mejorar el estado de ánimo? ¿Es todo un efecto placebo? Unas cuantas investigaciones sugieren que el consumo de hongos en ciertos contextos puede ayudar a mejorar algunos cuadros, sobre todo en depresión y estrés postraumático. No hay evidencias tan claras para otras enfermedades o condiciones. Tampoco es fácil hacer ensayos contra placebo en el caso de macrodosis, que serían las más efectivas según varios estudios. Lo más interesante es que muchos de estos análisis están sugiriendo que lo más “sanador” es la experiencia espiritual y psicodélica, es decir, lo que es más difícil (o directamente imposible) de explicar por la ciencia hoy en día.



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