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La aparente conexión entre el “virus de la mononucleosis” y la Esclerosis Múltiple es una noticia esperanzadora, pero su comunicación provocó una ansiedad innecesaria en mucha gente. En esta nota te contamos qué significa este hallazgo.
A fines de la semana pasada nos encontramos en diarios de todo el mundo con numerosos titulares al estilo “El virus de la mononucleosis causa la Esclerosis Múltiple” que generaron alarma y de hecho, oscurecieron hallazgos alentadores. Se trata de un estudio publicado en la revista Science cuyos resultados no son tan fáciles de interpretar, y el clickbait pudo más: muchas personas que tuvieron mononucleosis o que saben que tuvieron el virus ahora temen por su salud.
Hoy te contamos por qué es importante lo que descubrieron investigadores de la Escuela de Salud Pública de Harvard, pero también queremos llevar tranquilidad: este virus es muy común, y la chance de desarrollar Esclerosis Múltiple, aún habiendo tenido contacto con el virus, es muy baja. Sin embargo, el trabajo da muchas pistas sobre cómo se puede proceder en el futuro para luchar contra esta enfermedad y nos enseña bastante sobre cómo se comportan los virus en nuestro cuerpo.
Vamos por partes...
¿Qué es la Esclerosis Múltiple?
La Esclerosis Múltiple es una enfermedad neurodegenerativa para la que por el momento no hay cura, aunque sí se la puede manejar para que progrese más lentamente con medicaciones y fisioterapia. No se conoce bien su causa, pero hay algunas pistas de que el sistema inmune puede estar involucrado: en los pacientes, hay una inflamación en la sustancia que “recubre” parte de las neuronas, lo que al final afecta las señales nerviosas. Igualmente, como pasa tanto con las enfermedades inmunitarias como neurológicas, se sabe bastante poco sobre su desarrollo y por qué en algunos pacientes es más leve que en otros, o qué determina que las personas respondan distinto a los tratamientos.
Una de las hipótesis acerca de la causa de la Esclerosis Múltiple es la que investigaron en este trabajo y tiene que ver con el virus Epstein-Barr, el que conocemos como “el virus de la mononucleosis” o de “la enfermedad del beso”.
¿Qué es el virus Epstein-Barr?
Lo bueno de estar en medio de una pandemia es que ya nos familiarizamos bastante con el vocabulario sobre virus, así que probablemente la mayoría entiendan a qué nos referimos cuando decimos que el material genético de este virus es ADN (a diferencia del coronavirus que tiene ARN). Es de la familia de los herpesvirus (la misma que los virus de la varicela, el citomegalovirus y otros virus que causan herpes). Y tal vez lo más importante que hay que aclarar es que este virus es extraordinariamente común: aproximadamente 95% de los adultos fueron infectados y la mayoría no lo sabe. La infección aguda puede dar un cuadro de mononucleosis, que se identifica fácilmente cuando da síntomas como fiebre, inflamación de los ganglios y cansancio que puede durar meses. Sin embargo muchísima gente no tiene absolutamente ningún síntoma y nunca se entera de que estuvo en contacto con el virus, o bien sólo lo sabe si por algún motivo se hace un test de anticuerpos luego de la infección.
La idea de este trabajo era explorar una hipótesis que hace tiempo se tenía sobre el virus de Epstein-Barr: que puede permanecer “latente”, es decir, escondido en células del cuerpo sin causar síntomas, y manifestarse en algunas personas tiempo después de la infección inicial.
¿Qué es la latencia?
La latencia de los virus es un fenómeno que se conoce hace tiempo, responsable por ejemplo de la famosa “culebrilla”. Muchos no lo saben, pero este sarpullido tan molesto es obra de otro molesto herpesvirus, el de la varicela, que queda “dormido” en el cuerpo de quienes tuvimos la enfermedad y que puede reactivarse cuando nuestro sistema inmune se debilita por algún motivo (¡aunque es importante destacar que cuando eso sucede ya no somos contagiosos! Una de cal, una de arena).
Por algún motivo, los virus de la familia de los herpesvirus tienen una tendencia a permanecer latentes, así que la mayoría de nosotros tenemos a alguno de ellos dentro nuestro sin consecuencias notables.
Hay que aclarar además que la latencia no es un suceso raro, y que nuestro genoma atesora las huellas de una historia de cohabitación (por así decirle) con virus que se integraron al cuerpo de nuestros ancestros y ahora son parte de nosotros. Sí, somos una especie de mosaico con pedacitos de virus, reliquias invisibles del pasado, que hasta se especula que a lo mejor nos ayudan a combatir infecciones en el presente. Así de rara es la biología.
Volvamos al Epstein-Barr: hace tiempo que se sabe que este virus puede permanecer latente en células del sistema inmune y existe la hipótesis de que muchas enfermedades (en general autoinmunes o que tienen que ver con alguna desregulación de la inmunidad) se pueden explicar por reactivación de este virus. Pero hay algunos problemas para poner a prueba la hipótesis: muchas personas no se enteran de la infección, durante el tiempo de latencia no tienen síntomas, y además las enfermedades que podría causar son poco comunes, pero la infección con el virus, como decíamos, es casi universal. Entonces ¿cómo establecer una relación de causa-efecto si no podemos saber quiénes se infectaron, cuándo, ni seguirlos a lo largo del tiempo para ver qué pasa?
¿Qué descubrieron en este trabajo?
El paper publicado la semana pasada contiene un trabajo de investigación que podríamos calificar de colosal: por lo que decíamos en el párrafo anterior, la única forma de responder sobre la conexión entre el virus Epstein-Barr y la esclerosis múltiple era seguir a una gran cantidad de personas durante mucho tiempo haciendo análisis de sangre y controles médicos periódicos. No es pavada.
Los investigadores responsables, en lugar de encarar un ensayo de cero buscando voluntarios, decidieron aprovechar una muestra que se prestaba perfectamente al tipo de análisis que querían hacer: los “marines”, es decir, los reclutas militares de Estados Unidos. Más concretamente unos 10 millones de ellos a los que siguieron por dos décadas.
Una vez que juntaron una gran cantidad de datos, lo importante era ver si la Esclerosis Múltiple era más común en las personas que habían tenido contacto con el virus; esto último podían verlo en los análisis de rutina, en que buscaron anticuerpos contra distintos virus para saber qué infecciones habían tenido los reclutas a lo largo de los años. Esto además permitió comparar las infecciones por el virus “candidato” contra otros virus comunes, incluyendo uno de sus parientes de la familia de los herpes, el citomegalovirus.
De los 10 millones de voluntarios, todos los que desarrollaron Esclerosis Múltiple a lo largo de la experiencia (excepto uno) habían tenido en algún momento un test de anticuerpos positivo, demostrando contacto previo con el virus.
Igualmente, para su análisis más relevante, descartaron a los que habían tenido contacto con el virus Epstein-Barr antes de entrar al estudio. De estas personas, 35 desarrollaron Esclerosis Múltiple a lo largo de esas dos décadas, y salvo la excepción antes mencionada, todas tuvieron contacto con el virus en ese lapso años antes del diagnóstico. En un grupo control de similares características (personas que no desarrollaron la enfermedad), sólo la mitad se infectaron durante el rango de tiempo del estudio. Es decir: la infección con este virus era muchísimo más común en las personas que desarrollaron Esclerosis Múltiple (¡pero también era bastante común en quienes no!). En cambio, no aparecieron resultados similares para otros virus, incluso para su pariente cercano, el citomegalovirus.
El grupo también descartó otras posibles interpretaciones, por ejemplo que una Esclerosis Múltiple incipiente, aún no diagnosticada, aumentase la chance de contagiarse con virus de Epstein-Barr.
En resumen, según estos resultados la infección por virus de Epstein-Barr podría aumentar unas 32 veces el riesgo de contraer la enfermedad. Pero como ésta tiene una incidencia muy baja, haber tenido la infección no es motivo de alarma. Sólo parecería ser una condición necesaria, pero no suficiente.
Para poner un ejemplo de cómo interpretar este resultado: es como decir que salir de nuestra casa aumenta muchísimo nuestras chances de que nos caiga un árbol en la cabeza. Es completamente cierto, pero también muy improbable en conjunto.
¿Cuáles son los factores que predisponen a una persona a desarrollar la enfermedad? Eso todavía no se sabe, pero explicaría que pocos enfermen aunque el virus sea extraordinariamente común.
¿Por qué es importante este hallazgo?
La siguiente pregunta es… si habernos infectado no significa necesariamente que vamos a desarrollar Esclerosis Múltiple, ¿por qué importa conocer la conexión?
Primero: porque nos da una pista de qué es lo que pasa en esta enfermedad. Las condiciones neurodegenerativas son muy difíciles de estudiar y en muchos casos estamos en una completa oscuridad acerca de sus causas. ¿Es el estilo de vida (y qué factores del estilo de vida)? ¿Es genético? ¿Es una vieja infección que se reactivó? ¿Es una mezcla de todo? Todos estos factores son muy complejos, “crónicos” y difíciles de estudiar. Un análisis como este puede ser la punta que ayude a desenredar el ovillo (o al menos una punta que tal vez no sea la única).
Segundo: porque abre el camino a nuevos tratamientos. Por ejemplo, se podría estudiar si el uso de antivirales ayuda a frenar la progresión o la aparición de la enfermedad. Por otro lado, desarrollar alguna vacuna contra el Virus Epstein-Barr podría ser un tremendo paso para la prevención de la Esclerosis Múltiple.
Tercero: porque nos da más información sobre el fenómeno de la latencia viral, que es también muy difícil de estudiar y documentar, algo que deberíamos apreciar más que nunca en medio de una pandemia con un virus del que poco sabemos.
¿Cuáles son las limitaciones del trabajo?
Como cualquier trabajo de este tipo, al no ser experimental, no es fácil determinar una relación de causa y consecuencia. Es cierto que se viene juntando evidencia hace mucho tiempo y probablemente este paper tenga los resultados más contundentes, pero todo indica que se trata de procesos muy complejos y que hay factores desconocidos en juego.
Por otro lado, usar muestras de los reclutas militares estadounidenses fue una forma muy ingeniosa de organizar un estudio de tal escala, pero se trata de una población muy sesgada y por ese motivo es difícil saber si estos resultados se mantendrían en otros contextos.
Finalmente, queda el misterio del paciente que desarrolló Esclerosis Múltiple sin haber tenido nunca un análisis de anticuerpos positivos. ¿Existirá otra causa mucho menos común de la Esclerosis Múltiple que no se pudo identificar en este estudio? ¿Habrá tenido este paciente contacto con el virus pero sus análisis nunca lo mostraron? Como tantas otras preguntas, sólo el tiempo lo dirá.