La primera generación del siglo XXI nació inmersa en una sociedad con una tecnología que hace 100 años era inimaginable. Algunes científiques, como el Dr. Michel Desmurget, neurocientífico y divulgador francés, remarcan que esto tiene un impacto negativo en el cociente intelectual, siendo la primera generación con un valor más bajo que el de sus padres. Pero, ¿qué significa este récord realmente?
Hace unos meses el Dr. Michel Desmurget, neurocientífico y divulgador francés, afirmó a BBC Mundo que “los nativos digitales son los primeros niños que tienen un cociente intelectual más bajo que sus padres”, título que encabezó la entrevista y que se replicó en varios medios del mundo. El diálogo pone en foco el supuesto impacto negativo que tiene el uso de la tecnología digital para el entretenimiento en el desarrollo cognitivo de nuestros niños, con el objetivo de revalorizar la actividad deportiva, la expresión artística y el razonamiento lógico. Pero paralelamente, en nuestra realidad actual se está desarrollando una pedagogía lúdica a través de softwares interactivos, torneos mundiales de deportes electrónicos, videojuegos cada vez más inmersivos y expresivos y algoritmos de inteligencia artificial que nos ayudan a razonar para tomar mejores decisiones. Entonces, ¿qué significa este récord de la primera generación del siglo XXI?
Para responder esta pregunta, empecemos por recuperar el concepto del cociente intelectual. Erróneamente traducido muchas veces como “coeficiente intelectual”, el famoso índice pretende representar nuestra inteligencia general acorde a nuestra edad, en comparación con el resto de la humanidad. Aquellos con un puntaje mayor a 100 están por encima de la media de lo que corresponde a su tiempo de vida, mientras que los que tienen un puntaje inferior están por debajo del promedio. Una persona con inteligencia “normal” se encuentra en la franja de los 85 a los 115 puntos.
Esta manera de cuantificar la inteligencia nació hace más de 100 años, con la intención de detectar qué niños nacían con alguna deficiencia cognitiva y poder ofrecerle otras herramientas en su aprendizaje o detectar enfermedades. El concepto de inteligencia fue cambiando con los años, y con ellos los tests se volvieron cada vez más complejos (aunque los más elementales se pueden encontrar fácilmente por internet). Pero en todos los casos, los tests de inteligencia estiman la edad mental de quien realiza el cuestionario, valor que se divide por su edad cronológica y luego se lo multiplica por 100.
El principal interés de estos tests está en calcular la capacidad de realizar diferentes razonamientos lógicos y procesos de comprensión lingüística. Para algunos especialistas estas pruebas tienen varios problemas, entre ellos, que dejan de lado aspectos que inciden en nuestra inteligencia como los creativos, emocionales o contextuales. Pero, a menos de que se esté hablando de la Teoría de Inteligencias Múltiples de Howard Gardner, estas no son consideradas “inteligencias” sino “aptitudes”. Muchas otras teorías pretenden poner luz sobre el concepto de inteligencia, aunque ninguna termina por cerrar la cuestión. En lo único que parece estar de acuerdo la comunidad científica es que, si bien estos tests miden algún aspecto de nuestra inteligencia, un único valor no alcanza para capturarla en su total dimensión.
A pesar de las controversias, la realización de estos tests mostraron que existe un fenómeno, conocido como Efecto Flynn, que plantea el crecimiento constante de los valores mundiales de los cocientes intelectuales entre 2 y 3 puntos por año. De lo que no se tiene mucha certeza es si este fenómeno tiene que ver con un aumento real de la inteligencia de la población mundial o con problemas metodológicos entre los tests pasados y presentes. Tal vez es en este contexto en donde la frase del Dr. Desmurget cobra más relevancia.
Tampoco debemos olvidar cómo durante el siglo XX los tests de inteligencia pasaron de utilizarse para diagnóstico cognitivo a formar parte de entrevistas laborales o tests de orientación vocacional, y en las épocas más oscuras para desprestigiar ideologías o aplicar políticas de inmigración y de clasificación étnica, por ejemplo prohibiendo la inmigración a los individuos con bajo CI o asociando la adopción al marxismo como deficiencia intelectual.
De esta manera, el CI pasó de ser una medida médica, como el colesterol o la presión arterial, a posicionarse en el inconsciente de todos los individuos como clave para obtener cierto estatus social. Entre estas distinciones se encuentran por ejemplo a los superdotados, con un CI mayor a 130 puntos, aunque algunos tengan problemas para relacionarse, o aquellos profesionales cuyas carreras promueven con su estudio el desarrollo lógico-matemático o lingüístico. Este mito bastante común se debe a que son carreras que refuerzan las aptitudes que estos tests destacan, pudiendo convertir en “genios” a cualquier persona que se atreva a hacerlas, más allá de su CI. Claro está, quienes tengan un CI “normal” deberán lidiar con comentarios de otras personas y recomendaciones de test vocacional, que le habrían determinado ser no apto para las carreras que se consideran solamente accesibles para unos pocos “elegidos”.
Volvamos entonces al contexto de los nativos digitales considerando las ventajas tecnológicas que se tienen hoy en día enfocadas en simplificar la labor lógica y lingüística, el cambio cultural que la tecnología está generando en todos los ámbitos desde hace décadas, los intereses y la presión que se ejerce sobre esta generación y suponiendo que el Efecto Flynn es real pero que en esta generación estaría fallando. Tal vez la explicación de esta falla puede estar no tanto en el hiperconsumo de las pantallas sino en el vínculo que tiene la educación con el desarrollo cognitivo. ¿Será que la educación actual ya no es tan determinante en la formación lógico-matemática o que se está centrando en otros aspectos de nuestra inteligencia que el CI no es capaz de medir? ¿Será que la formación lógico-matemática dejó de ser interesante para la realización de las actividades cotidianas, ahora que tenemos una tecnología capaz de hacerlo por nosotros? ¿Será que el acceso a esta formación está siendo deliberadamente restringida a través de políticas públicas que no son capaces de ofrecer una educación de calidad?
Ninguna de estas preguntas, algunas más conspirativas que otras, tienen una respuesta clara. Lo cierto es que el CI desde hace mucho tiempo se está utilizando como una medida infalible de alguna suerte de supremacía intelectual, cuando desde sus orígenes siempre ha sido criticada por este tipo de usos. De cualquier forma, el diagnóstico es claro: la nueva generación no está teniendo la formación lingüística y lógica que se espera de ella. ¿Qué estamos haciendo nosotros como sociedad para solucionar esta situación?