En un día como hoy, seguramente la mayoría de quienes comunican ciencia y los medios de comunicación en general estarán llenos de propuestas sobre cómo cuidar el océano. Pero como no se protege lo que no se aprecia y no se aprecia lo que no se conoce, esparCiencia te invita a conocer un poco más sobre este sistema que ocupa la mayor parte de la superficie de nuestro planeta.
En los próximos días vamos a recorrer algunas historias y curiosidades marinas que van desde una especie impensada que ha salvado la vida de muchos humanos hasta la pelea de una mujer por ser escuchada y porque – literalmente – se escuche al océano.
Hoy comenzamos con la historia de Marie Tharp
¡Sumergite con esparCiencia! ¡Todavía queda muchísimo por conocer!
Explorando el espacio interior
Es muy habitual el comentario de que conocemos más sobre el espacio exterior que sobre el fondo del mar. Las dificultades técnicas para estudiar este abismo oscuro, con presiones enormes y muchas veces químicamente abrasivo, significó que hasta hace pocas décadas no teníamos idea sobre la naturaleza de ese ambiente. ¿Es una superficie llana? ¿Con relieve? ¿Cambiante o siempre constante en todo el mundo?
Por más que las expediciones oceanográficas llevaban años tomando muestras, eran tan pocos los puntos que se podían relevar con esa metodología que hasta la mitad del siglo XX había muy poca información sobre cómo estaba formado el suelo marino. En algunas regiones ni siquiera se conocía con certeza su profundidad.
Pero entonces llegó Marie Tharp, una estadounidense que se había preparado para trabajar en la industria del petróleo pero terminó revolucionando la geología oceánica y consiguiendo el que probablemente fuera el mayor sustento empírico de la tectónica de placas. Y todo esto, sin haberse embarcado.
Junto a un colega con quien colaboró por décadas, Marie se incorporó a un proyecto que buscaba descifrar el misterio del suelo oceánico. Pero al ser mujer, su presencia en las expediciones oceanográficas estaba vedada. Así que su compañero Bruce Heezen se ocupó de recopilar a bordo la información de sonar a lo largo de las rutas de distintas expediciones. Marie, por su parte, procesaba esa información, relacionando los datos con los puntos en que habían sido tomados para construir mapas del suelo marino valiéndose solamente de papel, regla y lapicera. Gran parte de los datos procesados de esta forma por Marie provenían de expediciones en el Océano Atlántico y los esquemas que construyó con ellos terminaron reflejando la huella inequívoca de la dorsal mesoatlántica, la cadena de "montañas" que corren de norte a sur en el Atlántico y que todos hemos visto desde chicos en los mapas escolares. La existencia de este relieve era conocida desde hacía prácticamente 100 años, a partir de la expedición del Challenger (de la que hablaremos en un próximo posteo). Sin embargo solo se tenía una vaga idea de su forma y el cuidadoso mapeo de Marie contribuyó a definirla, delineando un misterioso valle central a lo largo de toda la cadena. Gracias a su educación en geología, la investigadora identificó este rasgo como una zona de divergencia en donde dos placas tectónicas contiguas se separan formando nueva corteza. Estas áreas se asocian con terremotos y actividad volcánica como se observa en esta zona y cuando se encuentran en el océano son las responsables del surgimiento de islas como las que salpican toda la zona central del Atlántico.
Pero para ese entonces, la tectónica de placas no era más que una hipótesis de varias que buscaban explicar las características de la corteza terrestre y la conclusión de Marie fue descartada por sus colegas, incluyendo su principal colaborador Bruce Heezen. Sin embargo la correlación del valle que habían mapeado con los epicentros de terremotos detectados en el mar era tan perfecta que poco a poco la comunidad científica fue aceptando la posibilidad de que el mapeo del fondo marino estuviese cimentando lo que eventualmente se convertiría en la teoría de tectónica de placas.
Uno de los principales "negacionistas" resultó ser el famoso expedicionario Jacques Cousteau, quien emprendió un viaje con su famoso barco Calypso con el propósito de refutar a Marie. Para ello circuló de este a oeste cruzando varias veces la dorsal Atlántica y sumergiendo cámaras subacuáticas. Para este punto tuvo que admitir que las imágenes mostraban exactamente lo que la estadounidense había reflejado en sus esquemas: dos cadenas de montañas paralelas, con un profundo valle entre ellas, corriendo casi paralelas a los perfiles continentales.
A lo largo de las siguientes décadas y con el mismo método, Marie siguió mapeando los relieves submarinos, descubriendo que lo que en principio se creía una extensión plana y sin rasgos distintivos era más bien una sucesión de las "cicatrices" de los procesos que crean y destruyen las tierras emergidas.
Estos complejos cañones, elevaciones y valles que Marie Tharp relevó hasta su muerte en 2006 son además uno de los factores que contribuyen a la dinámica de la masa de agua que los rodea y las especies que la habitan. Y quizás también alguno de esos picos submarinos o alguna de esas áreas volcánicas haya sido la cuna original de la vida en la Tierra, tal como "descubrió" el inmortal Alvin, el submarino cuya historia te contamos el año pasado.