Mucho hemos aprendido en estos tiempos de COVID-19, la ciencia argentina está presente y pisa fuerte, pero sin el apoyo y los intereses sociales, políticos económicos no se podría haber logrado. Aún así, inmersos en esta pandemia, este año entre confirmados y probables llegamos a más de 50 mil casos de #dengue con 25 muertes en el país. Esto indica que se superó el brote de 2016 y muchas provincias registraron picos de epidemia como nunca en su historia. En CABA a pesar de los esfuerzos y advertencias los casos se multiplicaron, y sin embargo, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decidió, por ahora, dejar sin vigencia el convenio con la Facultad de #Exactas donde los investigadores monitorean y estudian la abundancia del Aedes, mosquito transmisor del virus. Esperemos que la decisión no sea definitiva, después de todo la muerte no entiende política.
En los últimos meses no dejamos de escuchar sobre un virus de estructura pequeña, esférica, del tipo ARN y con una proteínas formando unas espigas que le dieron su nombre característico, “coronavirus”. Bueno, en este caso imaginen lo mismo, pero sin la corona de espigas y casi de la mitad de tamaño, un virus al cual hemos estado expuestos desde hace décadas, el famoso Dengue.
Podríamos decir que se conoce bastante sobre el virus, incluso hace años el laboratorio Sanofi Pasteur desarrolló una vacuna llamada Dengvaxia® pero se ha visto que produce efectos adversos y no es recomendada para toda la población. Eso significa que no es efectiva y por lo tanto tampoco es segura. Aquí un ejemplo claro sobre lo complejo del desarrollo de una vacuna.
Uno de los laboratorios argentinos que trabaja en la búsqueda de la vacuna contra el dengue es el de la Dra. Andrea Gamarnik en la Fundación Instituto Leloir, el mismo grupo que ante la urgencia de enfrentar un virus nuevo que tiene al mundo en vilo, cambió su dirección y a tiempo record creó un kit diagnóstico para el COVID-19 (podés leer la nota de esparCiencia dónde te contamos sobre el mismo). Por un lado queda en evidencia la necesidad de ocuparse de la pandemia, desplazando la urgencia del dengue, y por el otro nos da la esperanza de tener un grupo a la altura de las circunstancias que en un futuro nos puede traer resultados efectivos ante este flagelo.
El pico que llegó y pasó
La Argentina ha sufrido tres grandes brotes de dengue, el primero en 2009, luego en 2016 y el tercero en 2019/2020. Estos últimos han demostrado que la curva de casos positivos en lugar de disminuir entre uno y otro aumenta, como si fuera una carrera para ver cuán peor podemos estar. Antes de comenzar la cuarentena por el SARS-CoV-2 se habían registrado en el país más de 25.000 casos confirmados de dengue y 21 fallecidos confirmados, aunque hay datos de otras muertes probables. Pero en el Sistema Nacional de Vigilancia de la Salud se notificaron más de 50 mil casos positivos de dengue hasta la fecha, con un total de 26 fallecidos, e incluso se cree que dichas cifras son mayores dado el gran subregistro que presenta el sistema de denuncia. El mayor porcentaje de estos casos son de contagios locales, no necesariamente causados por personas que hayan viajado.
Lo más alarmante son los de las provincias como Misiones, que registra la mayor incidencia de casos acumulada, seguida por Jujuy que en abril ya estaba en emergencia sanitaria antes del problema del coronavirus, pero el dengue también azotó a muchas otras regiones generando el mayor brote de su historia. Sin olvidar a La Rioja, que encabezó la lista de casos confirmados en ese mismo mes y presentó su primer gran brote desde 2009 (1)
Diferentes áreas de trabajo ponen sus esfuerzos, desde la biología del Aedes aegypti, el estudio molecular en búsqueda de una vacuna y la educación, por eso nos preguntamos ¿qué está pasando? ¿porque la información está pero su aplicación es insuficiente?
El COVID-19 ha demostrado que las luchas desorganizadas no sirven, la voluntad política, económica y social son fundamentales, pero ¿estas voluntades están unidas y articuladas ante la problemática del dengue?
El pasado junio se informó que no se continuaría con el convenio que incluía la asistencia técnica y colaboración entre el ministerio de ambiente y espacios públicos del gobierno de la Ciudad autónoma de Buenos Aires y la Facultad de Exactas para el monitoreo de Aedes aegypti. Sin embargo aún no hay una decisión definitiva, por el momento se han reducido las horas de trabajo y en consecuencia los sueldos de los trabajadores. El Gobierno porteño alegó falta de presupuesto a causa de la demanda que ocasiona el COVID-19. Pero resulta inquietante que esto ocurra en este año, récord en el número de infectados y de muertes. Es necesario a partir de su finalización negociar con las autoridades pertinentes por la continuidad del mismo (2).
Sabemos que el invierno es clave. Si bien ante la ausencia de los mosquitos adultos sentimos que es un momento de descanso, es todo lo contrario: es momento de buscar y destruir los huevos. Esos que pensamos que no están pero están, que pueden sobrevivir hasta un año pegados a la pared de un recipiente sin agua, que soportan bajas temperaturas si se encuentran expuestos y que esperan a que el recipiente que los contiene se llene de agua para así una vez sumergidos eclosionar (nacer).
Es momento de preguntarse ¿dónde se crían?, dónde los puedo encontrar? Recordemos que el Aedes aegypti coloca sus huevos a unos centímetros sobre el nivel del agua, en una superficie firme. Cuando el recipiente se llena de agua (incluso muy sucia) o simplemente cuando estos quedan sumergidos, en 2 días eclosionan dando lugar a las larvas, las cuales en 5 días pueden llegar a pupas, para luego en un día pasar a adultos.
El momento es ahora, ¡arriba los trapos!
Sigamos siendo responsables activos en la lucha contra el mosquito, recordemos: “sin mosquito, NO hay dengue”. Con el objetivo de fomentar la prevención de la enfermedad, el 26 de agosto se celebra el día internacional del dengue, un día que si bien los medios preocupados por el tema han realizado entrevistas y difusión, no ha tenido la repercusión acorde a la importancia de la problemática, aún en pleno brote en muchas provincias. Hubiera sido un buen momento para proponer acciones como el descacharrado o el incentivo a reconocer y eliminar potenciales criaderos. La educación sigue siendo la única herramienta efectiva.
Estemos alertas, es momento de pedir y reclamar a las políticas públicas su inversión real y efectiva en la investigación en ciencia y salud. No olvidemos lo que aprendimos en esta pandemia. Tenemos una nueva oportunidad para no olvidar.
Fuente imágenes
Portada y planta con huevos: Marina Leporace, Maria Lucrecia Villarquide
Gráfico: Elaboración del Área de Vigilancia de la Salud de la Dirección Nacional de Epidemiología en base a información proveniente del Sistema Nacional de Vigilancia de la Salud
Ciclo de vida: Alejandra Petino Zappala