En estos últimos días llegaron novedades sobre la eficacia de dos vacunas contra #COVID19: la de Pfizer y la Sputnik V. En esta nota te contamos qué significa y qué dudas sigue habiendo sobre ellas.
El coronavirus sigue sin dar tregua. A la estabilización en los números de nuestro país se contraponen las noticias de Europa: varios países reportan una segunda oleada de casos que parece estar pegando más fuerte que la primera. En este escenario, no pocas personas están poniendo su fe en las vacunas en desarrollo, y en estos días recibieron buenas noticias.
El 9 de noviembre Pfizer anunció que su vacuna de ARNm (de la que se están haciendo pruebas en Argentina, en el Hospital Militar) parece ser efectiva: en los estudios preliminares, el grupo de voluntarios que recibió dos dosis de la vacuna tuvo 90% menos casos de COVID sintomático que quienes recibieron dos inyecciones de placebo. Esto significa que, o bien la vacuna previno la infección en muchos casos, o bien se asoció a versiones más leves de la enfermedad que no fueron detectadas. Casi al mismo tiempo Pfizer anunció a los voluntarios que, en caso de aprobarse -algo que se considera probable con estos datos- se aplicará la vacuna a todos aquellos que pertenezcan al grupo placebo y decidan seguir participando del estudio, que durará dos años.
Apenas dos días después, en una dinámica que no hace más que recordarnos la carrera espacial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, Rusia anunció similares resultados para su vacuna Sputnik V (sí, ese es el nombre, por si alguno todavía no había pensado en la Guerra Fría). Según los primeros datos de la fase 3 esta vacuna tendría un 92% de eficacia, casi lo mismo que la de Pfizer, aunque ese 2% de diferencia debe haber alegrado mucho a los rusos.
Sin embargo, para las dos vacunas aún hay dudas acerca de lo que sucederá en el largo plazo, por ejemplo cuánto tiempo durará la protección, y a gran escala, por ejemplo si habrá efectos secundarios que no se detectaron aún en los grupos relativamente pequeños de voluntarios y que aparezcan al vacunar de forma masiva).
Hay otros factores que nos llaman a la cautela. La vacuna de Pfizer, si todo sale bien, sería la primera de su tipo que se aprueba para su uso en humanos. El problema con esta tecnología es que la molécula inyectada (un fragmento de material genético conocido como ARN mensajero que posee la información para sintetizar una proteína) es muy inestable y requiere una refrigeración constante a -80ºC durante la distribución. Aunque la empresa dijo que se haría cargo de esa parte, pocos centros de salud cuentan con freezers que alcancen la temperatura requerida para mantener la vacuna más de unos días. Esto puede complicar de forma considerable la logística de la vacunación, sobre todo fuera de las grandes ciudades, y es la principal desventaja que esta vacuna tiene en relación a las otras que se encuentran en fase 3 de experimentación. Todo indica que la estrategia deberá involucrar distintos tipos de vacunas a aplicar en cada región según las posibilidades de cada caso.
Por otro lado, la Sputnik V está basada en adenovirus y su mantenimiento es menos complejo, pero en este caso, hay dudas sobre los resultados de la fase 2, publicados en la prestigiosa revista médica The Lancet. Algunos investigadores desconfían y exigen que se publique información más detallada para convencerse de que la vacuna rusa sea segura. Para peor, hay serias dudas acerca de que estos ensayos hayan seguido rigurosos estándares éticos, y de hecho la vacuna fue aprobada en Rusia sin esperar a los resultados de la fase 3, lo que podría suponer un peligro para su población.
Lo cierto es que todas las vacunas que se encuentran en fase 3 en este momento se desarrollaron en tiempo récord, dada la situación en que se encuentra el mundo con la pandemia. Si bien hay una urgencia real para encontrar un tratamiento o vacuna efectiva, suministrar un fármaco probado por unos pocos meses a millones y millones de personas tiene un riesgo enorme asociado. Más aún cuando la tecnología es nueva, como en el caso de la vacuna de Pfizer. En el medio se cruzan los intereses nacionalistas de distintos países y el apuro por relajar las cuarentenas para evitar sus consecuencias económicas, y por momentos la salud pública parece haber pasado a segundo plano.
Queda para pensar también qué sucederá si las vacunas se aprueban, funcionan, y nos permiten volver a algo parecido a nuestra antigua normalidad. ¿Seguiremos como si nada sin pensar en las causas de esta pandemia ni en el riesgo de una futura? ¿Vamos a sostener la misma relación con nuestros recursos naturales, ignorando que la explotación de especies, tanto salvajes como en criaderos, es la que nos puso en peligro en primer lugar? ¿Será nuestro futuro una carrera constante de vacuna en vacuna, de tratamiento en tratamiento, de pandemia en pandemia, o esta experiencia nos dará la oportunidad de reflexionar y tomar medidas? Es una pregunta que permanece abierta.