Empezamos con los cuartos de final y hoy le toca jugar a nuestro país contra "la naranja mecánica". Como no todo en la vida es fútbol, te contamos qué piensan los argentinos de la ciencia y sobre un genetista neerlandés que llegó un poco tarde a un gran descubrimiento...
¿Qué piensan les argentines del sistema científico?
Mucho hemos hablado en esparCiencia acerca de la ciencia argentina, pero no tanto de qué pensamos les argentines sobre la ciencia. Y resulta que hay datos al respecto: en nuestro país se realizan periódicamente encuestas acerca de la percepción pública de la ciencia, para saber qué piensan las personas sobre lo que hace el sistema científico en el país, qué tanta credibilidad otorgan a científiques (algo muy importante para entender las respuestas en los debates sobre temas como calentamiento climático o vacunación), si les parece importante la inversión en ciencia y otros aspectos.
Ya hace un año que se publicaron los resultados del último relevamiento llevado a cabo durante 2021. Esta encuesta, además, fue la primera realizada después de la pandemia, y permitió averiguar cómo consideró el público argentino la actuación durante la misma. El dato más interesante es que la imagen de les científiques del país mejoró para más de la mitad de las personas encuestadas, con un 72% de la ciudadanía conforme con el desempeño del sistema científico durante la crisis de COVID-19.
Además resulta que, como ya se veía en relevamientos anteriores, somos una sociedad con bastante interés en las temáticas científicas: un 64% dicen tener bastante o mucho interés en ciencia y tecnología, y el número para medicina y salud asciende al 77%. Más personas conocen instituciones como el Ministerio de Ciencia, el CONICET o institutos de investigación que en las encuestas previas. Además, muy lejos de algunos discursos de desprestigio y agravio alimentados en redes sociales, un 75% de las personas dijeron que ante una polémica la comunidad científica es la fuente más confiable para informarse.
Finalmente, por primera vez se hizo una “meta-encuesta”, es decir se incluyó en la encuesta una pregunta sobre la encuesta misma (¡inception!) en la que la mitad de las personas que contestaron opinaron que, en realidad, estas encuestas son innecesarias. Tremendo plot twist para terminar esta historia.
Hugo de Vries, el genetista que llegó tarde
La historia de la ciencia suele reñirse con el estereotipo de científico (acá el género masculino es pertinente, porque casi siempre es un señor de mediana edad, muy despeinado y que usa un guardapolvo). Por suerte, de a poco esta idea ha ido cambiando, pero en las ficciones era habitual ver al científico como un genio aislado que trabaja en un sótano, cada tanto tiene una revelación que sale del fondo de su privilegiado cerebro, que casi nadie más puede entender pero que tal vez en algunas décadas el resto de los mortales logrará valorar.
Sin embargo, esta manera de pensar en el proceso científico no explica cómo sucede que varias personas lleguen de forma “independiente” a teorías similares. ¿Cómo ocurrirían estas epifanías en varias cabezas si el conocimiento científico se produjese en una situación de tal aislamiento?
Lo que sí es cierto es que antes de la existencia de internet y la conexión que significa, los “científicos” (palabra no muy adecuada pero la que usaremos a falta de otra mejor) podían no estar enterados incluso de descubrimientos bastante revolucionarios de otros (lo que no significa necesariamente que estuviesen aislados de las ideas científicas de su época, pero las barreras geográficas e idiomáticas a veces resultaban bastante impermeables). Algo así pasó con el caso de las famosas “leyes de Mendel”, redescubiertas por el científico que nos trae aquí hoy, el neerlandés Hugo de Vries. Cruzando arvejas que tenían distintas características, Mendel, un monje que vivía en lo que hoy es Praga, había llegado a la conclusión de que algunas de esas características eran “discretas”, independientes entre sí y se transmitían de una forma particular a la descendencia. Todavía no se sabía mucho sobre la información genética, y los descubrimientos de Mendel eran muy poco intuitivos. ¿Por qué pensar que el cruce de una planta con flores blancas y otra con flores rojas daría flores rojas en lugar de flores rosadas? Y… ¿¿¿a quién se le ocurriría que las flores blancas volverían a aparecer en una segunda generación???
Sin embargo, por sorpresivas (y fácilmente “chequeables”) que fuesen estas leyes, nunca llegaron a los oídos de nuestro protagonista Hugo de Vries. Unos 30 años después de que el checo realizase sus experimentos, de Vries redescubría la genética mendeliana. (Para que quede aún más claro que “algo” andaba flotando en el aire: ¡de Vries no fue el único! Otro científico alemán llamado Carl Correns también redescubrió independientemente este principio de la herencia; finalmente ambos reconocieron la prioridad del monje checo, aunque parece que de Vries lo hizo a regañadientes, y por eso al día de hoy se las conoce como “leyes de Mendel”).
Pero no en todo llegó tarde de Vries: en sus experimentos con plantas del género Oenothera observó la aparición súbita de nuevas variantes. Aunque estos cambios parecían ocurrir al azar, luego se mantenían por generaciones, lo que hizo proponer que nuevas especies se podían generar de forma prácticamente instantánea mediante un único evento de mutación. En esto se distanció de Darwin, que proponía una acumulación lenta y gradual de cambios como mecanismo del origen de las especies. Al final resultó que las “mutaciones” que de Vries había observado eran drásticas anomalías cromosómicas; pero hasta que esto se descubrió, su teoría mutacional fue tremendamente influyente. Tanto permeó la idea de de Vries, que en el imaginario popular las mutaciones aún son algo que nos hace pensar en un suceso raro que podría darnos superpoderes. No habrá sido el primero en descubrir las leyes de la herencia, pero seguro le debemos más de una película de ciencia ficción.