Altos en el cielo

Por Ana Carolina Zelzman

Publicado el 25 Enero 2021 12:00

Tiempo de lectura: 6 minutos.

En esta nota te invitamos a conocer un poco más la sorprendente historia espacial de nuestro país, una historia que refleja nuestro rico potencial científico técnico y que supera los vaivenes políticos y económicos.


Luego de años de preparación y una suspensión de varios meses a raíz de la pandemia, el 30 de agosto se lanzó desde Cabo Cañaveral el satélite SAOCOM 1 - B y con este evento, nuestro país… no alcanzó ningún hito.

Se podría pensar que este no es más que un mojón en un camino que abarca varios equipos de construcción total o mayoritariamente nacional. Sin embargo, teniendo en cuenta los vaivenes a los que nuestro país está acostumbrado, el lanzamiento de un nuevo satélite científico es sin duda un motivo de orgullo. Este logro se refuerza al considerar que la rica historia de actividad espacial de nuestro país nos ubica en un selecto grupo de once naciones en condiciones de construir por entero un satélite.

Argentina se encuentra dentro de un selecto grupo de once naciones capaces de construir por entero sus propios satélites. 

Las etapas del camino 

Esta historia comenzó mucho antes de los satélites SAOCOM. Se inició en 1990 con el LUSAT, un satélite de radioaficionados que aún hoy emite señales, convirtiéndolo en el objeto argentino con mayor permanencia funcional en órbita. 

Al año siguiente se fundó la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), pero tuvo que pasar algo de tiempo para que sus primeros productos vieran la luz. Luego del fallido lanzamiento de la misión astronómica SAC-B, en 1998, nuestro país consiguió su primer satélite funcional de fabricación nacional con el SAC-A. Lo siguieron dos misiones científicas más: el SAC-C (2000) y el SAC-D (2011). Ambos llevaban instrumentos de origen nacional así como de otras agencias espaciales. Estos tres satélites se encuentran actualmente inactivos luego de exitosas campañas (en particular el SAC-C superó las expectativas manteniendo actividad durante trece años a pesar de haber sido pensado para cinco). 

Una nueva etapa de la historia satelital argentina se dio en 2007 con el lanzamiento de Pehuensat, construido enteramente por docentes y alumnos de ingeniería de la Universidad de Comahue. El satélite de solo 6 kg tenía un objetivo esencial: educar profesionales en tecnología espacial.

Siete años más tarde llegaría el primero de los famosos ARSAT y un año después el segundo. La constelación se completa con el ARSAT 3 cuyo desarrollo se volvió a poner sobre la mesa durante 2020. Estos satélites de comunicaciones construidos por la empresa estatal INVAP proveen de servicios de internet, telefonía y televisión a todo el continente americano y constituyen un gran logro técnico ya que, a diferencia de las misiones científicas y de radioaficionados, que ocupan órbitas bajas, se ubican a más de 3000 km de altura y deben mantenerse constantemente sobre el mismo punto de la superficie.

 

El ARSAT-2 siendo guardado para su viaje hasta el Puerto espacial de Kourou en Guayana Francesa, desde donde sería lanzado - Fuente: Casa Rosada.

Así llegamos al final del camino (por el momento) con el lanzamiento de los dos SAOCOM, en 2018 y 2020, ambos equipados con radares de apertura sintética, sofisticados instrumentos de observación terrestre que permiten un monitoreo constante tanto de día como de noche y sin ser afectados por la cobertura nubosa. Con ellos se obtienen valiosos datos de superficie midiendo humedad, inundaciones, actividad de glaciares, cobertura vegetal, etc., información esencial para la toma de decisiones estratégicas por parte del estado y de particulares como productores agropecuarios.

La historia de la presencia argentina en órbita se completa con los nanosatélites de la empresa privada Satellogic: Capitán Beto, Manolito, Tita, Milanesat y Fresco y Batata. Estos satélites, de unos pocos kilos de peso, realizan observaciones fotográficas y transmisión para radioaficionados.

Tomando vuelo

Este camino de observaciones científicas y servicios de comunicación comienza en las instalaciones de CONAE, CNEA e INVAP, entre otras instituciones, donde se construyen y ensamblan las piezas en ambientes estériles para mantener la integridad de los materiales. INVAP en particular cuenta en Bariloche con una planta lo suficientemente amplia como para construir los ARSAT, que alcanzan casi 4 metros de largo y 3 toneladas de peso, y con el equipo necesario para someterlos a las pruebas de resistencia previas al vuelo. Esta empresa de capitales 100% nacionales es la única del continente certificada por NASA para la producción de equipamiento para misiones espaciales.

INVAP, de capitales 100% argentinos, es la única empresa del continente certificada por NASA para la producción de equipamiento para misiones espaciales. 

Cuando la construcción finaliza se alcanza la única etapa del proceso que aún hoy se debe realizar fuera del país: el lanzamiento.

Aunque Argentina ha desarrollado numerosos cohetes, ninguno de ellos pasó hasta el momento las etapas de prueba para instituirse en vehículo lanzador para satélites. Actualmente la actividad continúa, con los vaivenes característicos de nuestro país (durante 20202 se anunció el desarrollo de un lanzador). Mientras tanto la etapa de puesta en órbita se realiza a través de acuerdos con agencias espaciales extranjeras o empresas privadas como Space X, por lo que los satélites se deben diseñar para que sean compatibles con sus cohetes y deben ser trasladados a sitios de despegue fuera del país. Esto significa tiempo e inversión monetaria así como dependencia de la disponibilidad de empresas y agencias que prestan el servicio (como ocurrió recientemente con el SAOCOM)

Un lanzador argentino podría despegar desde alguna de las instalaciones preparadas para ese objetivo en nuestro territorio (en Punta Indio y Puerto Belgrano) dando mayor libertad de acción al programa espacial nacional. Sin embargo, el sitio de lanzamiento de un cohete no responde solamente a razones jurisdiccionales. Como la orientación y fuerza del despegue se relacionan con la ubicación final en órbita, se busca "acercar" el satélite a su destino final gastando el menor combustible posible. Por esta razón, aún teniendo un lanzador propio podría darse la situación de necesitar despegar desde el extranjero. 

Lanzamiento del satélite SAC-D/Acuarius, desde la Base Aérea Vandenberg (EE. UU.) a bordo de un cohete Delta II de la NASA, el 10 de julio de 2011 - Fuente: NASA.

Un ojo en el cielo

La última etapa de una misión satelital es la recepción y procesamiento de sus datos. Para ello se requiere de estaciones terrenas en cuyas instalaciones un conjunto de antenas variopintas reciben las señales de varios vehículos espaciales al mismo tiempo. Aquellas estaciones correspondientes a comunicación reenvían la señal recibida del satélite a las empresas e instituciones proveedoras de servicios para ser distribuida. En el caso de las misiones científicas las estaciones terrenas cuentan con capacidad de procesamiento para ofrecer posteriormente los datos obtenidos de forma que puedan ser aprovechados por instituciones que los necesiten.

Al mismo tiempo estas estaciones monitorean constantemente el estado y la trayectoria del satélite, realizando ajustes de ser necesarios.

Nuestro país cuenta con numerosas instalaciones de este tipo, desde parajes remotos hasta áreas periurbanas. A través de ellas se han procesado a lo largo de los años las señales no solamente de todas las misiones satelitales argentinas sino también las de un sinnúmero de vehículos extranjeros. La más antigua de ellas, la Estación Terrena Balcarce, cumplió recientemente 50 años

Desde hace décadas las estaciones terrenas argentinas vienen monitoreando no solamente los satélites nacionales sino también numerosas misiones extranjeras.

 

Vista general de la Estación Terrena Teófilo Tabanera en la provincia de Córdoba, donde se reciben los datos de los satélites SAOCOM - Fuente: Casa Rosada.

La razón del esfuerzo

Argentina por lo tanto se encuentra en condiciones de llevar adelante la mayor parte de una misión satelital: construir el vehículo y los instrumentos, someterlo a las pruebas pertinentes, enviarlo a su sitio de lanzamiento y monitorearlo una vez en órbita. Cabe entonces la pregunta: ¿Cuál es la utilidad de esto? ¿No serían mejor empleados nuestros recursos contratando de otras naciones los servicios que proveen estos satélites?

Contar con nuestros propios profesionales, estaciones terrenas y satélites significa que no estamos sujetos a acuerdos con otros estados, intereses económicos ni disponibilidad de personal e infraestructura ajenos para obtener los datos que necesitamos. Podemos diseñar nuestro vehículo y sus instrumentos de acuerdo a nuestras necesidades. Es decir, contamos con soberanía satelital.

Fuentes: argentina.gob.ar, INVAP, CONAE

Imagen encabezado: Casa Rosada

 

 



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