Fuente: Deensel
Hoy te contamos un poco de la historia del palacio dedicado al agua ubicado en el corazón de Buenos Aires. 7 años se tardó en construir el edificio que solía albergar 72 millones de litros de agua, ¿lo conocés?
No resulta inusual caminar por la Avenida Córdoba entre Ayacucho y Riobamba y que la vista se nos escape hacia el majestuoso edificio. Por fuera una arquitectura única que le debe su nombre emblemático “el Palacio de las aguas corrientes” y por dentro una obra de hierro fundido con tanques ubicados a lo largo de 3 pisos, sostenidos por varias columnas y con una capacidad de albergar 72 millones de litros de agua cuando abastecía a la Ciudad de Buenos Aires.
Construido entre 1887 y 1894 y desentonando un poco con el paisaje a su alrededor, ya llamaba la atención a lxs pobladores del barrio en ese entonces. Imagínense que se tardó 7 años en construirlo, cualquiera que caminara por allí se preguntaba ¿por qué tanto alboroto? Tuvieron que tener paciencia para verlo terminado, pero de seguro habrá sido imponente. La decoración externa vuelve a toda la fachada excepcional, cuenta con 300 mil piezas de terracota que fueron traídas desde Gran Bretaña en barco, cada una numerada para ocupar un lugar específico, pizarras traídas de Francia y una estructura metálica interior originaria de Bélgica. Entre todas hacen que su construcción se asemeje a un rompecabezas de una hectárea de tamaño.
En 1887 el Gobierno nacional decidió contratar al ingeniero hidráulico John Frederick Bateman para la realización de un plan sanitario para Buenos Aires que comprendiera la provisión de agua de los desagües cloacales y pluviales. El edificio hizo historia desde el momento que se construyó, hoy es emblema de la ciudad y desde 1989 forma parte de los monumentos históricos nacionales. Fue la primera instalación dedicada a la acumulación y distribución del agua en toda América, buscando mejorar el sistema sanitario bastante precario de la época. En ese momento la ciudad estaba siendo azotada por epidemias y enfermedades. Una pequeña planta existente en el barrio de Recoleta filtraba el agua del río pero no daba abasto para cubrir una urbe que estaba en creciente aumento. En ciertos lugares seguía siendo popular el uso de los aljibes (pozos recubiertos de ladrillo que por un sistema de cañerías acumulaban agua de las lluvias) o el del aguatero, que juntaba agua en grandes toneles de madera y las llevaba en carreta por los barrios para su venta. Este era el contexto de la época que vio nacer al Palacio de las aguas corrientes.
Si se lo observa bien, por fuera se ven los escudos de diferentes provincia de la Argentina, al menos las que existían en ese entonces, y por dentro, se puede encontrar las diversas colecciones que se exhiben en el actual museo y que tienen el encanto de la historia. Cientos de artefactos, grifería tanto de baño como de cocina, curiosos inodoros que se traían del exterior y que debían ser previamente testeados por el control de Obras Sanitarias de la Nación. Guías entusiastas te invitan a recorrerlo hasta llegar al corazón del edificio, donde se pueden apreciar los grandes tanques de agua que alguna vez estuvieron destinados a acumularla. Hoy en día se puede visitar en un recorrido virtual.
Hemos aprendido mejor que nunca la importancia del agua para la higiene y la salud, y lugares como este son un recordatorio de ello, invitándonos a respetar este recurso escaso. También promueven actividades vinculadas a la concientización y la memoria de nuestra historia.
Si esos tanques enormes alguna vez estuvieron repletos de agua, ¿saben qué contienen hoy? Lo responderemos en la trivia. Participá en la encuesta de nuestra historia de instagram y enterate al final del día!
Fuente. Museo del agua y de la historia sanitaria