El 23 de Agosto de 1847 nacía Sarah Frances Whiting, profesora de física y astronomía y divulgadora. Una mujer que contribuyó tanto a visibilizar a sus predecesoras como a allanar el camino para las que vinieron después.
El 23 de Agosto de 1847 nacía Sarah Frances Whiting. Desde que era pequeña su padre, profesor de física, se ocupó de fomentar en su hija la curiosidad y el entusiasmo por esa disciplina. Tal era la pasión de Sarah Frances que su actividad favorita era ayudarlo con las demostraciones para las clases que impartía. Con su ayuda la joven se graduó de la Universidad Ingham de Nueva York con sólo dieciocho años. Era una época en que acceder a la instrucción universitaria era difícil, muchas veces prohibitivo, para las mujeres, y por sobre todo estaba mal visto en muchos círculos. Pero las cosas lentamente empezaban a cambiar.
Sarah Frances comenzó dando clases en un colegio secundario de Brooklyn y eventualmente encontró un nicho en la reciente apertura de la enseñanza universitaria para mujeres. En 1876 comenzó a dar clases de física en el flamante Wellesley College en Massachusetts, mientras proseguía su propia formación. Para eso visitaba el laboratorio del reputado Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), que no admitía mujeres y al que Whiting pudo acceder, aunque no formalmente como alumna, sólo porque conocía a un investigador. Era el único laboratorio en los EEUU, pero no por mucho tiempo: Sarah Frances planeaba poner en marcha uno propio en Wellesley. En 1878 lo logró. Era el segundo del país y el único para mujeres. Su metodología docente se basaba en "poner manos a la obra" y allí llevó a cabo varios experimentos, parte de ese particular estilo pedagógico, con los que apelaba al entusiasmo de sus alumnas de la misma forma en que su padre lo había hecho con ella. Annie Jump Cannon, una de sus discípulas que sería también una gran astrónoma, recordaría con cariño la satisfacción de Whiting al hacer en 1895 las primeras fotografías en el país con la novedosa tecnología de rayos X, con los que podían verse los huesos de una persona a través de su carne, o su esfuerzo para demostrar a la comunidad educativa el uso y las ventajas de las nuevas bombillas eléctricas. Sarah Frances siempre estaba ávida de aprender y transmitir conocimiento sobre lo último de lo último y viajaba frecuentemente a Europa para traer de vuelta a EEUU los más recientes descubrimientos.
El laboratorio no sería el único espacio que contribuiría a fundar: en el año 1900 colaboró con Sarah Elizabeth Whitin para erigir un observatorio del que fue la primera directora. En ese momento había logrado cambiar la currícula de Wellesley para impartir también clases de astronomía, que combinaba con física; ¡podría decirse que fue una pionera en lo que luego se conocería como astrofísica! Por supuesto seguía fiel a su estilo de docencia, usando todos los recursos para mostrar a sus alumnas cómo sería su trabajo como futuras astrónomas. Whiting esperaba que fuesen capaces de generar conocimiento propio en lugar de simplemente absorber los contenidos de los libros sin cuestionarlos; era necesario, argumentaba, que los alumnos pasaran por el proceso completo que llegaba al descubrimiento en lugar de ver la ciencia como algo estático. Que pudiesen imaginar los años de trabajo y recursos invertidos en lo que en el libro es sólo un pequeño párrafo con leyes o datos.
La carrera docente de Sarah Frances se complementaba con una prolífica tarea de divulgación científica. La revista Popular Astronomy publicó varios artículos escritos por ella en los que insistía en distintos recursos pedagógicos para fomentar el entusiasmo y la curiosidad de los jóvenes. Tal vez lo más llamativo de sus trabajos es la constante referencia a otras mujeres pioneras en el estudio de las ciencias. Así, Sarah Frances Whiting no sólo funcionaba ella misma como ejemplo a seguir para sus lectoras y alumnas en un momento en que los obstáculos se apilaban en el camino y parecían insuperables, sino que se ocupó activamente de rescatar las historias de sus predecesoras y de exponer los logros de sus propias colegas.
Ella misma reconocería que le había resultado angustiante, en ocasiones, estar en lugares en los que no se esperaba que una mujer estuviese, haciendo cosas que ninguna mujer antes había hecho. Y aunque en muchos casos los investigadores varones la trataban de igual a igual, no faltó quien le preguntase quién se encargaría, ahora que las mujeres estaban ocupadas con espectroscopios, de coser botones y hacer el desayuno.
Al llegar su muerte en 1927, Sarah Frances había conseguido muchos reconocimientos: era miembro de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias (AAAS), de la Sociedad Americana de Física y de la Sociedad Meteorológica de New England; recibió además un doctorado honorario del Tufts College. Pero tal vez lo más importante haya sido su aporte a visibilizar a las mujeres cuyos pasos ella seguía, así como a allanar un poco el camino para tantas otras que vendrían detrás de ella.