Hoy 14 de agosto recordamos el nacimiento de Osvaldo Reig, un biólogo argentino reconocido internacionalmente por la originalidad y la importancia de sus trabajos como paleontólogo, genetista y biólogo evolucionista.
Reig nació el 14 de agosto de 1929 en Buenos Aires en el seno de una familia catalana que impulsó el estudio, la lectura y la solidaridad. Ya en la adolescencia, estimulado por la lectura de la obra de Florentino Ameghino y la amistad con Jorge Kraglievich, hijo de un destacado paleontólogo argentino y compañero de clases, Reig manifestó su temprano interés por la paleontología (el estudio de los organismos extintos).
A los 16 años publica su primer trabajo sobre un carpincho extinto, en la revista científica del Museo de La Plata. Casi al mismo tiempo es expulsado del Colegio Nacional de Buenos Aires por su compromiso con los movimientos democráticos que cuestionaban a las organizaciones autoritarias en Argentina. Disponiendo de la libertad de organizar su tiempo mientras completaba sus estudios secundarios como alumno libre, comenzó a colaborar con el Museo de Ciencias Naturales de Mar del Plata en el estudio de los fósiles de roedores, marsupiales, coatíes y hurones que había descubierto su director, Galileo Scaglia,. Esta experiencia lo conectó con la diversidad de temas para investigar la fauna extinguida de América del Sur.
Al finalizar los estudios secundarios comenzó a estudiar Biología en la Universidad Nacional de La Plata. Pero, al poco tiempo, su militancia política le causó problemas nuevamente y esta vez lo condujo a la cárcel. Como consecuencia de esta situación su expediente universitario resultó extraviado.
Emprendió nuevamente el viaje hacia su objetivo que lo llevó esta vez hacia la ciudad de Buenos Aires, donde trabajó en el Museo Argentino de Ciencias Naturales. Reig tuvo la oportunidad de interactuar con el zoólogo Ángel Cabrera durante su estadía en la Universidad de La Plata y su influencia lo llevó a comprender la idea que no se justificaba estudiar por separado a los organismos extinto y a los actuales si todos descienden de un mismo ancestro. Con esta idea en mente, se dio cuenta de que una pequeña comadreja viviente, llamada Dromiciops australis, conocida como monito del monte, pertenecía a un grupo de animales marsupiales (los que tienen la bolsa en la panza como los canguros para llevar a sus crías) definidos sólo por sus restos fósiles. Era un descendiente vivo perteneciente a un grupo de animales que se creía extinguido hacía unos 20 millones de años!
Siendo muy joven y con su carrera universitaria interrumpida involuntariamente, Reig ya contaba con reconocimiento científico. El prestigioso geólogo Pedro Stipanicic le ofreció estudiar unas ranas fósiles de la Patagonia, Notobatrachus degiustoi, que convivieron con dinosaurios del período Jurásico y que resultaron ser de las más antiguas conocidas. La valiosa interpretación del significado evolutivo de este grupo primitivo de batracios, llevó a su reconocimiento en ámbitos científicos internacionales.
Hacia 1954, Reig reinició los estudios universitarios de biología, esta vez en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, al poco tiempo fue requerido como profesor de Anatomía Comparada y a su vez nombrado presidente de la recién creada Asociación Paleontológica Argentina. Al poco tiempo, (1958), interrumpió sus estudios y decidió emprender nuevamente el viaje hacia un nuevo destino en la Universidad Nacional de Tucumán para desempeñarse como docente e investigador. Allí fundó el laboratorio de Paleontología de Vertebrados y otro para el estudio de anfibios actuales.
Hacia fines de los años 50 comenzaron a realizarse excavaciones en Ischigualasto en el Valle de la Luna por grupos de investigación extranjeros en busca de dinosaurios primitivos. Los hallazgos de fósiles de dinosaurios eran extraordinarios pero las piezas fueron sacadas del país (y nunca devueltas). Reig dirigió expediciones a Ischigualasto con el fin de adelantarse a los grupos extranjeros de modo que fueran los paleontólogos argentinos los primeros en estudiar los fósiles que se encontraran allí y quedaran resguardados en una institución nacional.
Los logros obtenidos en los estudios sobre estos grupos de animales ya le habían conseguido un prestigio y reconocimiento internacional, sin embargo, lejos de asentarse en la comodidad de su posición, Reig ya estaba convencido de que el estudio científico de la biología requería analizar organismos vivos además de los extintos.
El avance del conocimiento de la Evolución Biológica estaba llevando a indagaciones sobre cómo se forman las especies y hacia hacia nuevos campos de estudio. Para poder entender cómo una población sufre cambios evolutivos en 1960, Reig cambió su traje de de paleontólogo por el de genetista y dio un paso enriquecedor, pasando de los huesos de los organismos extintos a las moléculas de los vivientes.
El clima político de la ciencia en Tucumán lo obligó reanudar el viaje y regresó a la Universidad de Buenos Aires, donde accedió a su cargo de profesor sin haber terminado nunca sus estudios de grado. Ya establecido en Buenos Aires, Reig llevó a cabo una tarea importantísima por su magnitud y originalidad. Creó el Laboratorio de Investigaciones Herpetológicas y coordinó el Grupo de Biología Evolutiva de Vertebrados en el cual desarrolló conceptos teóricos fundamentales para el estudio de la evolución. Durante estos años realizó sus primeras investigaciones en genética de células y en la ecología de las poblaciones de los roedores subterráneos conocidos como tuco-tucos. En este período, realizó sus primeras incursiones en la epistemología, que es una parte de la filosofía que estudia los principios, fundamentos, extensión y métodos del conocimiento humano, de la mano de su amigo, Mario Bunge y de su esposa Estela Santilli. La actividad desarrollada en esta etapa muestra su convicción de crear instituciones académicas, integrar el conocimiento de distintas fuentes y formar discípulos.
En 1966 obtuvo la prestigiosa beca Guggenhein, para estudiar técnicas de citogenética en la Universidad de Harvard. Este nuevo viaje debía ser corto y destinado a formarse para volver y fortalecer su grupo en la Universidad de Buenos Aires. Pero nuevamente la política se opuso a sus proyectos, el general Juan Carlos Onganía derrocó al gobierno institucional y la policía ingresó de modo violento en la Universidad de Buenos Aires, en la tristemente célebre “Noche de los Bastones Largos”. En ese contexto Reig se vio forzado a renunciar a su cargo, quedarse sin trabajo, sin laboratorio y sin su grupo de investigadores.
Como consecuencia de la dictadura en Argentina, Reig comienza su primer exilio en el extranjero. En 1967 fue recibido en la Universidad Central de Venezuela, donde fundó el Grupo de Evolución y Citogenética del Instituto de Zoología Tropical donde comenzó las investigaciones que serían fundamentales para el resto de su carrera. Desde el Laboratorio de Evolución y Citogenética estudió la relación entre la morfología y los cromosomas en la evolución de las especies. A este período lo siguió uno de constantes viajes, luego de su estadía en Caracas se asentó en Chile, primero en Santiago y luego en Valdivia, al mismo tiempo que mantuvo una estadía en Londres. Sus investigaciones en citogenética evolutiva lo llevaron a organizar durante el año 1971 el Instituto de Genética y Evolución de la Universidad Austral de Chile. En este período también viajó a Londres para realizar su tesis de doctorado en el que sorprendentemente, se enfocó en un grupo de roedores extintos poco conocidos pero estrechamente relacionados a especies actuales: los roedores cricétidos o ratones de campo.
Al finalizar su estadía en Londres (1973) y terminar su doctorado en Zoología y Paleontología regresó a Chile. Allí tenía en curso investigaciones sobre ratones de campo y roedores del grupo de los tuco-tucos, cuyos resultados prometían impactar en el conocimiento de la fauna de mamíferos de América del Sur y en diversos aspectos de la propia Teoría de la Evolución Biológica. Pero nuevamente la violencia pospuso sus proyectos. En esta ocasión el golpe de Estado en Chile no sólo lo dejó sin trabajo y desarticuló su equipo de colaboradores sino que puso en riesgo su vida. La presión internacional y las gestiones que efectuó la OEA lograron que Reig fuera liberado y que se le permitiera salir del país vivo junto a su familia. Este acontecimiento aceleró su regreso a Argentina y en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA le repusieron el cargo perdido durante la dictadura de Onganía. Sin embargo en este período para su trabajo no resultó sencillo. Reig se encontraba en México en el VI Congreso Latinoamericano de Zoología cuando se enteró de que había sido echado de la universidad, y también de que su vida y la de su familia estaban en peligro. En este nuevo exilio forzado se instaló en la Universidad de Los Andes en Mérida y en 1975 en la Universidad Simón Bolívar en Caracas donde pudo elaborar diversos proyectos multidisciplinarios que había pensado con anterioridad para efectuar en Buenos Aires. Este período fue de excelencia en su trabajo y en el cual se destacaron sus aportes a la genética celular de los roedores a partir de los cuales pudo reflexionar acerca de la variabilidad de las especies y explicó cómo influyen los cromosomas en su formación. La conclusión más importante de los estudios llevados a cabo por Reig y su grupo de colaboradores es que existe un proceso de diferenciación de las especies que no se corresponde con la versión preponderante de la Teoría de la Evolución durante aquellos años según la cual las especies surgen mediante una divergencia gradual adaptativa. En su presentación Reig expone su teoría “Siendo que la selección natural es un proceso típicamente determinista, había que aceptar que las especies se originan también, y valga la paradoja, por mecanismos no darwinistas”. Esta propuesta era muy audaz e innovadora, la cual fue debatida y aceptada por los principales investigadores de biología evolutiva en el Congreso Internacional de Genética de 1978.
Se cuestionaba que la acción única de la selección natural durante tiempos muy extensos en las poblaciones fuera la única explicación para formar nuevas especies. Reig demostró que los reordenamientos cromosómicos pueden generar en tiempos breves, numerosas especies de aspecto similar y que pueden convivir en una misma área. Durante 1983, luego de una corta estadía en Harvard, regresó a Buenos Aires entusiasmado por el nuevo período democrático y el ánimo de libertad que se vivía en esos días. Reig había acordado reorganizar el Museo Argentino de Ciencias Naturales, que presentaba importante retraso académico. Trabajó durante meses en la diagramación de este proyecto pero jamás pudo asumir esa tarea ya que sectores conservadores influenciaron para que la institución continuara ocupado por una administración que no estaba dispuesta a transformar el museo en un instituto moderno de investigación de las ciencias naturales. A pesar de la hostilidad hacia su accionar por parte de algunos de sus colegas aconsejó a numerosos estudiantes de posgrado de otros laboratorios. Esta experiencia lo obligó a pensar en la política científica y los peligros del autoritarismo académico, lo cual fue publicado en diversos medios a lo largo de su vida. Finalmente se estableció en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA fundó el Grupo de Investigación en Biología Evolutiva (GIBE). Se trataba de un multilaboratorio pero con el mismo viejo objetivo: conocer los mecanismos evolutivos que ocasionan la diversidad de las especies. El equipo de Reig se ocupó de aplicar técnicas de laboratorio, y de análisis matemático, muy precisas e innovadoras. En su tesis doctoral había planteado una hipótesis que parecía contradictoria con el registro fósil: la gran antigüedad de los ratones de campo. Esto fue puesto a prueba por su equipo generando un reloj molecular con los ratones vivientes para establecer los tiempos de evolución de las especies. También estudiaba la gran diversidad de los tuco-tucos vivientes, consecuencia de alteraciones de los cromosomas, lo cual se pudo comparar con el registro fósil de otros tuco-tucos, mucho más antiguos. En 1986 y fruto del intenso trabajo desarrollado fue nombrado Miembro Honorario de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética. Y la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos lo aceptó como Miembro Asociado Extranjero. Unos meses más tarde la Academia de Ciencias del Tercer Mundo le dio un galardón similar.
Su vida fue muy intensa, rica en experiencias tanto personales y llena de desafíos intelectuales. En sus propias palabras, “he sido un científico itinerante“, haciendo referencia a los exilios forzosos que vivió por cuestiones políticas que marcaron una época difícil en tanto en nuestro país como en los diferentes países en los que vivió como Chile y Venezuela y en las que en algunas circunstancias lo llevó a situaciones riesgosas. En este sentido, Reig fue un hombre de su época, comprometido con la realidad social de su país También se podría usar la imagen de itinerante con la que el mismo Reig definió su vida para describir el desarrollo de su trabajo científico. Si bien su carrera se inició en la paleontología estudiando ranas, mamíferos y dinosaurios, luego se concentró en la genética evolutiva. El viaje emprendido no se debió a la pérdida de interés en el estudio de los fósiles sino en la necesidad de integrar diferentes enfoques para contestar preguntas que con las técnicas que se utilizaban en esa época no se podían contestar. Sin embargo, si dijéramos que solo comenzó a usar nuevas técnicas, nos estaríamos siendo muy estrechos en el análisis, Reig introdujo también una nueva forma de pensar la ciencia. La ciencia pensada como una camino que se va haciendo al andar, que a cada paso se transforma en un desafío al que responder y no como un camino conocido que deja las respuestas en una caja negra cuando no se dispone de las herramientas adecuadas para contestarlas. Como dice Carlos Adrìan Quintana, quien conoció de cerca Osvaldo Reig, en su libro ”Los paleontólogos discutirán entre ellos si fue un paleontólogo que estudiaba mamíferos, dinosaurios o ranas, pero coincidirán en que también sabía de genes y moléculas. Los genetistas tardarán en ponerse de acuerdo si sus mayores aportes fueron al estudio de las poblaciones, de las células o de las moléculas, pero recordarán que fue paleontólogo antes de mirar ADN organizado en cromosomas con su microscopio. Otros dirán que fue un biólogo que incursionó en la filosofía y que también se ocupó de pensar la política científica, con la idea que quienes lo sucedieran, disfrutaran una sociedad mejor y más tolerante.