Fue una pionera luchadora por el derecho a la anticoncepción, pero su figura es más controvertida de lo que podríamos pensar. Hace 141 años nacía Margaret Sanger y hoy te contamos sobre ella.
El 14 de Septiembre de 1879 nacía en Estados Unidos Margaret Sanger. Cuando llegó al mundo tenía ya cinco hermanos, a los que se sumarían luego otros cinco. Su madre nunca llegó a cumplir los 50 años, por lo que el cuidado de esta enorme familia recayó sobre los hombros de Margaret y sus hermanas mayores cuando todavía eran muy jóvenes.
Con el tiempo desarrolló opiniones políticas radicales que la llevaron a filas del Partido Socialista. Esa militancia, su formación como enfermera y probablemente su temprana participación (obligada) en las tareas de cuidado la volcaron después al feminismo, y específicamente a preocuparse por el control de la natalidad.
Las leyes de la época en contra del "contenido obsceno" funcionaban para impedir que circulara información fidedigna sobre métodos anticonceptivos. Como enfermera, Margaret debía atender continuamente a mujeres pobres, muchas veces migrantes, cuya salud se debilitaba por los frecuentes embarazos y abortos espontáneos o autoinducidos en condiciones peligrosas. A veces llegaba cuando ya habían muerto.
Hablar públicamente de anticoncepción en ese momento no era tarea fácil. Margaret no sólo fue víctima de la censura varias veces sino que también la persiguieron judicialmente, obligándola a dejar el país y a instalarse en Inglaterra. Allí bullía la doctrina de Thomas Malthus, la preocupación por la superpoblación y la falta de recursos, y durante los años que pasó en el viejo continente Margaret visitó clínicas y aprendió sobre métodos anticonceptivos de vanguardia como el diafragma. Todo esto la llenó de ideas a aplicar en Estados Unidos, donde -de forma ilegal- abrió su propia clínica de planeamiento familiar en 1915, además de dedicarse a la importación -también ilegal- de diafragmas desde Europa.
Por supuesto, no le faltaron problemas con la ley. En 1917 fue juzgada y recibió una condena; el juez fundamentaba su sentencia en la opinión de que las mujeres “no deberían tener el derecho a copular con la seguridad de no concebir”. Afortunadamente en 1918 Margaret pudo apelar. Ese mismo año la corte de Nueva York dictaminó que los médicos podían prescribir métodos anticonceptivos. En gran parte la lucha de Margaret había formado parte de este avance. El público progresista había seguido ávidamente su proceso judicial y la figura de Sanger había quedado ya indisolublemente unida a la pelea por el derecho a la anticoncepción.
La fundación de la Liga de Control de la Natalidad en 1921 fue el siguiente paso, y bajo la órbita de esta organización Margaret abrió una nueva clínica. Era la primera establecida legalmente en Estados Unidos, gracias al permiso de prescripción de anticonceptivos logrado años antes. La flamante Clinical Research Bureau se convertiría muy pronto en el centro de investigación en anticoncepción más importante del mundo. Con los años Sanger abriría clínicas en las zonas más pobres de Estados Unidos, haría lobby para garantizar el acceso de las mujeres a métodos de control de la natalidad y fundaría el Comité Internacional de Planificación Familiar, antecesor de Planned Parenthood.
Mientras tanto, la incansable Margaret seguía hablando frente a cualquiera que quisiera escucharla. Aceptaba invitaciones de variadas organizaciones de todos los colores políticos, recibía cartas de montones de mujeres desesperadas por acceder a métodos anticonceptivos y también tejía relaciones con filántropos en busca de fondos para investigación. La primera pastilla anticonceptiva se desarrolló en esos años gracias a su influencia.
Margaret vivió hasta los 86 años, suficiente para presenciar la derogación de las leyes que prohibían el control de la natalidad en los Estados Unidos en 1965. Pero la historia no termina ahí, y los acontecimientos recientes nos llevan a reinterpretarla bajo una nueva luz.
En Julio de este año Planned Parenthood decidió quitar el nombre de Margaret Sanger de uno de sus centros de atención por considerarla parte de la historia de racismo en ese país. Esta fue una de las tantas iniciativas tomadas para reconocer un largo legado de violencia institucional por motivos raciales, en una ola que ya lleva su tiempo, pero que cobró mayor fuerza luego del asesinato de George Floyd a manos de la policía.
La revisión de figuras históricas alcanzó a Margaret y puso la lupa en su relación con la eugenesia. Aunque ya fueron desacreditados los rumores de que era miembro y participaba de reuniones del Ku Klux Klan, incluyendo fotos trucadas que la muestran rodeada de capuchas blancas, es cierto que Margaret tuvo contacto con una organización de mujeres que estaba relacionada con el grupo supremacista en un momento en que según ella "estaba dispuesta a hablar con cualquiera que la escuchara". A su vez, se puede argumentar que trabajaba en estrecho contacto con líderes de la comunidad de descendientes de africanos en Estados Unidos para garantizar el acceso de las mujeres a la anticoncepción. Por supuesto, sus detractores interpretan esto como un intento de disminuir la población negra en el país.
Más allá de la posición con respecto a la cuestión racial, está claro que Sanger creía que algunos individuos no deberían reproducirse, en particular las personas a las que consideraba irresponsables, descuidadas y poco inteligentes. No hay dudas de que adhería a los postulados de la eugenesia, una disciplina hoy desacreditada que avaló y fomentó toda clase de vejación a los derechos humanos.
Pero la historia es aún más compleja e incómoda de lo que parece, porque Margaret Sanger no era la única. No alcanza con "cancelarla". Estamos hablando de una época en que la eugenesia era sostenida por una porción mayoritaria del sistema científico y médico. Aunque haya quedado asociada con el nazismo en el imaginario popular, en el siglo XIX y buena parte del XX no era una cuestión de extremistas. Se trataba de una disciplina considerada perfectamente respetable por amplios sectores, de la derecha a la izquierda del arco ideológico. Científicos, médicos, intelectuales y políticos de distintas orientaciones creían que era no sólo posible, sino deseable, actuar para el "mejoramiento" de la especie humana a través de la selección (por supuesto, según su propia idea de "mejoramiento"). Y muchas veces no apelaban al discurso de odio, sino que el racismo, el capacitismo, la xenofobia y/o la homofobia se escudaban detrás de una aparente preocupación por el bienestar de toda la población. Pocos se resistían ante el ideal de una humanidad libre de terribles enfermedades, formada por individuos fuertes, productivos y sin vicios. Y, por supuesto, gracias a los enormes sesgos en la composición de los establishments científico, médico y político, la mayoría de las personas en posiciones de poder comulgaban con estas ideas.
Es necesario poner atención a la historia de la eugenesia, y eso requiere analizarla como un fenómeno masivo, sistematizado y arraigado en dinámicas sociales complejas. Es un tema que merece un debate mucho más profundo que algunas “cancelaciones” individuales. Tratarla como una ideología extrema y enfocarse en figuras particulares a las que se quiera desprestigiar, como sucedió también en nuestro país en la discusión sobre Ramón Carrillo, impide comprender realmente su alcance. Peor aún, puede contribuir a que nuevas oleadas de pensamiento eugenésico “modernizado” pasen desapercibidas bajo nuestras narices.
No puede negarse el rol de Margaret Sanger en el activismo para que las mujeres pudiesen acceder a la anticoncepción, básico para poder planear sus vidas. Tampoco puede ignorarse que la historia misma de la ciencia y la medicina están pavimentadas sobre el racismo, el sexismo, el capacitismo y el colonialismo, en cierta medida hasta el día de hoy. Y eso implica que muchos de los y las exponentes de su historia habrán colaborado, directa o indirectamente, con el pasado escabroso de las disciplinas, sobre el que aún hay que poner la lupa para entender el presente.