El 20 de julio de 1858 nacía en lo que entonces era el Imperio Austrohúngaro (actualmente Croacia), Juan Vucetich, famoso por haber perfeccionado el método de identificación de personas a partir de sus huellas dactilares.
“¿Por qué los elefantes no pueden viajar en avión? Porque su huella digital no cabe en el pasaporte”. A principios de siglo XIX nadie se hubiese reído de este chiste. Fue recién en 1891 que el antropólogo y policía argentino Juan Vucetich Kovacevich implementó el registro dactiloscópico de las personas. Dicho de otra forma, determinó cuatro rasgos principales que se hallan en las huellas digitales y que son necesarios para reconocer e identificar a las personas. Los estudios de Vucetich eran una continuación de lo que el antropólogo Francis Galton (1822-1911) había estudiado acerca del uso de las huellas digitales para la identificación de rasgos hereditarios. Gracias al empeño de ambos, en el año 1892 se realizó por primera vez la identificación de una asesina, basándose en las huellas dejadas por sus dedos ensangrentados en la escena del crimen, en la ciudad de Necochea , provincia de Buenos Aires.
Una huella dactilar o digital es la impresión que queda visible por algún colorante o sobre algún material, al entrar en contacto con las crestas papilares (glándulas que forman el relieve de las yemas) de un dedo de la mano sobre una superficie.
Las huellas digitales se producen durante el desarrollo fetal y su aspecto se mantiene igual durante toda la vida del individuo, incluso a pesar del envejecimiento de la piel. El “diseño” es tan inmutable que aún en caso de traumas o lesiones, una vez cicatrizado el daño, la huella se regenera con el mismo aspecto. La única que lesión que puede producir la destrucción de las huellas al punto de que se vuelvan irreconocibles es la quemadura, por fuego o por ácido. Existen casos de delincuentes de élite que han recurrido al extremo de borrar premeditadamente sus huellas aplicando ácidos corrosivos en sus manos.
El aspecto de las huellas dactilares es único para cada persona (inclusive en el caso de hermanos gemelos), no existen dos idénticas producidas por dedos diferentes y son distinguibles de huellas diseñadas artificialmente. La razón de esto es que, si bien dependen en parte de la genética, también están fuertemente influidas por las condiciones del momento en el que el feto empieza a desarrollar sus dedos durante el embarazo. A medida que la extremidad va creciendo y tomando forma, la piel se va estirando y tensando, formando esos pliegues. Es por eso que una posición ligeramente diferente de la mano del feto o incluso cambios en el flujo del líquido amniótico pueden producir huellas distintas.
Teniendo en cuenta todas estas características podemos preguntarnos si existen personas sin huellas digitales. La respuesta es que sí. Existe un número reducido de individuos en todo el mundo que sufren de Adermatoglifia, una extraña mutación genética que provoca que la piel de manos y pies sea extremadamente lisa. Esto significa que la persona tiene un menor número de crestas papilares con lo cual no se pueden formar las huellas digitales.
También cabe preguntarse por la presencia de este rasgo en otras especies, por ejemplo los primates. Efectivamente, nuestros parientes más cercanos poseen huellas dactilares. Asimismo en aquellos primates que tienen colas prensiles (es decir, que usan la cola como una quinta extremidad), el rabo tiene además una zona sin pelos donde la piel tiene una textura similar a la de una huella digital.
Esta presencia de los pliegues en otras especies nos ayuda a entender su posible utilidad. Los pliegues a una escala tan pequeña contribuyen a aumentar la superficie de contacto de las terminales nerviosas con lo que estamos tocando, potenciando la sensibilidad de nuestras manos y pies respecto a la piel del resto del cuerpo. Podemos poner esto a prueba con un simple ensayo: si se toman dos alfileres y se toca con ellos la superficie de la piel al mismo tiempo, podremos diferenciar las dos puntas al ubicarlos sobre la palma de una mano, pero no si los ubicamos en brazos o piernas. Es decir, las palmas de las manos son capaces de detectar detalles mucho más finos.
Otra extraña propiedad de nuestros dedos, como detalle curioso, es la tendencia a arrugarse cuando pasamos demasiado tiempo en el agua. Asombrosamente, esta respuesta no es una propiedad física de la piel sino un reflejo nervioso que contrae los vasos sanguíneos. La evidencia de esto radica en que personas con daño en los nervios de un brazo pueden presentar arrugas en los dedos de la mano sana y la mano afectada quedar lisa sin importar la cantidad de tiempo pasada en el agua. La hipótesis más aceptada actualmente para explicar este fenómeno es que antiguamente los dedos arrugados permitían que el humano se afirmara mejor cuando el suelo era pantanoso en época de lluvias abundantes. Con el paso de los años fue evolucionando y recientemente se demostró que los dedos arrugados permiten sostener mucho mejor los objetos mojados o que estén bajo el agua. Esta adaptación también aparece en otras especies de primates y se piensa que responde a la misma necesidad de moverse entre la vegetación húmeda.
Imagen: huellas digitales pxfuel - Juan Vucetich - wikimedia commons
Si querés saber más sobre la individualidad de las huellas digitales y su uso forense: