Un día como hoy, hace 20 años, moría Hedy Lamarr. Tal vez ni la hayas escuchado nombrar, pero si estás leyendo esto es en parte gracias a ella.
Hedy nació en Austria en 1914. Su verdadero nombre era Hedwig Eva Maria Kiesler y desde pequeña supo que quería ser actriz (sí, esta es una nota sobre ciencia, no nos equivocamos). Empezó escribiendo guiones y haciendo de extra en varias películas europeas, pero se hizo conocida con su rol en la película Extase, en la que hizo un desnudo y protagonizó escenas de sexo. Poco después se casó con uno de sus fans, un vendedor de armas y fabricante de municiones que tenía vínculos con Mussolini y Hitler. Aparentemente en las conferencias que su marido tenía con científicos y militares fue donde Hedwig aprendió sus primeras nociones de ciencia y tecnología.
Tal vez no sorprenda a nadie el hecho de que el marido de Hedwig era tremendamente controlador y posesivo. Pronto el matrimonio se volvió inaguantable y ella huyó, llegando al fin a Estados Unidos (con Hollywood en la mira) bajo el seudónimo de Hedy Lamarr.
Pero Hedy no era sólo una cara bonita. Pese a no tener ninguna formación específica en ciencia y tecnología, estaba interesada en ser inventora. Trabajó en toda clase de artefactos y creaciones: desde una pastilla para poner en el agua y transformarla en una bebida gaseosa, pasando por el diseño de fuselajes más aerodinámicos para aviones, hasta un sistema responsable de que hoy en día podamos disfrutar de conexión a internet en nuestros celulares. Por esto último es más conocida en el ámbito de la ciencia y la tecnología.
Para variar, el origen de esta invención estaba en la necesidad de ganar una guerra (la Segunda Guerra Mundial, nada menos). Hedy no se sentía bien quedándose en Hollywood mientras el país estaba en medio de un conflicto bélico y deseaba hacer un buen uso de sus conocimientos sobre armas, adquiridos en las reuniones de su ahora ex marido. La idea le llegó cuando se enteró de que el ejército alemán podía desviar los torpedos que lanzaban los aliados si lograban interceptar la señal de radio que los controlaba. Entonces llamó a un amigo pianista y entre los dos armaron un aparato que combinaba el mecanismo de una pianola con la generación de ondas de radio. Este sistema permitía controlar los torpedos por radio cambiando rápidamente la frecuencia de las ondas según un patrón que el emisor y receptor conocían, pero era un misterio para sus enemigos; de esta forma no podían interferir con la comunicación y desviar los torpedos. Lamentablemente en la marina de Estados Unidos descalificaron su invento con unas afirmaciones bastante sexistas y el artefacto no fue utilizado hasta 20 años después, en la crisis de los misiles de Cuba. Ya en 1971, en la Universidad de Hawaii se creó una red de computadoras usando esta tecnología. La posibilidad de usar distintas frecuencias dentro del espectro permitía la comunicación simultánea de varias unidades sin interferencias entre ellas. Lamentablemente, la patente había caducado; Hedy no recibió dinero por su invención ni fue debidamente reconocida hasta hace poco, cuando las ramificaciones de la técnica llegaron a casi todos los hogares. El Sistema de Comunicación Secreto (como se llamó en la patente) fue la antesala del WiFi, el bluetooth y el GPS, tecnologías que la mayoría de nosotros usa diariamente.
Recién en 1997 se reconoció públicamente su aporte con el Pioneer Award. Según cuentan, Hedy reaccionó con un seco “...ya era hora”. La mayoría de los reconocimientos, lamentablemente, le llegaron de forma póstuma: recién en 2014 fue incluída en el Salón de la Fama de los Inventores de Estados Unidos y su notoriedad creció a partir de un número de documentales y obras acerca de su vida.
El 9 de Noviembre, aniversario de su nacimiento, se celebra en Austria, Alemania y Suiza el Día del Inventor, con el objetivo de fomentar no sólo la creatividad de nuevos inventores, sino también para recordar a otros que, como Hedy, fueron injustamente ignorados a pesar de haber cambiado nuestras vidas.