Fuente: Janet Van Ham
Hoy es el cumpleaños número 85 de Evelyn Fox Keller, referencia obligada al hablar de la relación entre ciencia y género, y en esta nota te contamos quién es.
Hace 85 años nacía Evelyn Fox Keller. Una mujer multifacética: física, filósofa, abocada en los últimos años a la filosofía de la biología y a la relación entre ciencia, tecnología y género. Productora de una rica bibliografía feminista, cabe preguntarse cómo llegó de la física teórica al estudio de los genes y de la forma en que los científicos concebimos la vida misma.
La respuesta no es tan sorprendente. A lo largo de su carrera como física en Harvard, durante los años ‘50 y ‘60, se encontró en numerosas ocasiones con actitudes abiertamente machistas y el prejuicio de que las mujeres “no sirven para las ciencias duras”. No debería llamar la atención que su reacción haya sido abrazarse al feminismo y dedicar, desde entonces, buena parte de su carrera a estudiar la relación entre ciencia y sexismo, y cómo afecta la forma de concebir a los seres humanos, sus relaciones sociales, sus capacidades y potencialidades. Este fue el eje que guió su investigación durante gran parte de su carrera.
A pesar de que seguramente haya sufrido en parte la relativa escasez de mujeres en su área de estudio, para ella no es una simple cuestión de representación; no sólo hace falta que haya más mujeres estudiando y haciendo ciencia, sino que el nudo de la cuestión va más allá y es de naturaleza sistemática. Por eso, y para poder entender y plasmar algo que iba más allá de la mera falta de mujeres, a lo largo de los años fue adentrándose en la filosofía, en las concepciones ancladas y sistematizadas de lo que es “femenino” y “masculino” y cómo ellas moldean, entre otros aspectos, la forma en que hacemos investigación, nuestras ideas de lo que la ciencia es y cómo debe practicarse. Desde el lenguaje hasta la metodología, ciertos supuestos, entre los cuales se encuentran muchos relativos al binarismo y el sexismo, plagan las investigaciones científicas de forma subterránea. Por ejemplo, parte de su trabajo está dedicado a la idea de objetividad, en particular a problematizar la concepción de esta característica como masculina, pero también a las dudas acerca de que la objetividad sea posible. O tal vez, el problema sea creer en la existencia de una objetividad individual: tal vez no podemos ser objetivos como individuos, pero podamos construir una ciencia más objetiva en la combinación y explicitación de nuestras subjetividades, creando una suerte de “objetividad dinámica” y contribuyendo a una ciencia más pluralista.
Desde su lugar, Keller camina por una cuerda floja: repudia el uso de la ciencia para justificar el sexismo, pero a diferencia de otras femiistas, no reniega de la tarea científica ni se vuelca al abismo de lo místico. Justamente, el éxito de la pseudociencia en el feminismo la preocupa. En su libro “Reflections of gender and science” insiste en el poder explicativo del método científico y en cómo apropiarlo para la causa feminista, en lugar de reforzar la identidad de lo femenino con lo mágico, lo místico y lo misterioso, dejando a la ciencia como un emprendimiento exclusivamente masculino (e inherentemente sexista).
En los últimos años, se ha dedicado con ahínco al tema de cómo llegamos a ser lo que somos, motivada principalmente por la amplificación del determinismo genético en el discurso público. No solamente se ocupó del rol de los genes en temas de sexo y género, sino también en general de cómo se moldea lo que somos, y por sobre todo, la dificultad (o imposibilidad) de establecer una separación tajante entre “la biología” y “la cultura”, saliéndose del nivel individual, pensando en cómo estos factores tan elusivos afectan nuestras relaciones y nuestro lugar en el entramado social, y cómo estas complejidades son sistemáticamente obviadas por la mayoría de los científicos.
Aunque se la ha acusado de “posmodernista” en su sentido peyorativo (algunos pueden entender de sus críticas y escepticismo al hablar de las definiciones científicas como una posición de “todo vale” o bien como una aceptación de que nunca podremos realmente definir o saber nada con certeza) esta no es realmente su posición: “tengo la esperanza y la creencia de que hay algunas formas de confusión que pueden aclararse”, declaró una vez ante tal acusación.
Esa esperanza es, tal vez, la que la llevó a la idea de “objetividad dinámica”, para la que puso como ejemplo a la bióloga Barbara McClintock y sus trabajos en maíz. En su libro publicado en 1983, Keller analizó la forma de trabajar de McClintock, su combinación del estudio genético más tradicional con lo que ella llamó (en el título del libro) “a feeling for the organism”. Es decir, un sentimiento por el organismo (aunque el título del libro fue traducido en español como “seducida por lo vivo”), una relación personal con su ¿objeto? de estudio. Los signos de pregunta, justamente, delatan esta cercanía que McClintock veía casi como una colaboración entre ella y sus plantas de maíz. Una colaboración por la que, cabe recordar, McClintock recibió un premio Nobel.
El caso de Barbara McClintock muestra que, lejos de proponer que hacer ciencia es un emprendimiento estéril o que “todo vale”, Keller plantea que hay otras formas de hacer ciencia y de relacionarnos con ella que exceden el paradigma reinante y que pueden dar sus frutos. O mazorcas.