Seguramente la hayas escuchado nombrar. Si nunca estuviste en la calle bautizada en su honor en Puerto Madero, tal vez conozcas la Escuela Nacional de Enfermería, o alguna de las tantas instituciones educativas y relacionadas a las ciencias de la salud que llevan su nombre. O quizás sepas que su retrato adorna el Salón Mujeres Argentinas de la Casa Rosada. O a lo mejor hayas leído que se propuso su imagen para engalanar un billete de 5000 pesos. Pero posiblemente no sepas mucho de su vida.
Cecilia Grierson nació el 22 de noviembre de 1859, hace 161 años. Durante buena parte de su infancia vivió en Uruguay, pero al comenzar la escuela la enviaron a estudiar a Buenos Aires. Su estadía se prolongó hasta la muerte de su padre, momento en el que tuvo que volver con su familia y ayudar a su madre con la crianza de sus hermanos, incluyendo un aporte económico de lo que comenzó a ganar como institutriz. Cecilia era realmente muy joven pero ya se perfilaba como docente, dando clases incluso antes de poseer un título habilitante, algo que en la época era relativamente común.
Por supuesto, cuando tuvo que decidir su futuro, eligió estudiar para maestra de grado en la Escuela Normal de Señoritas de Buenos Aires, recibiéndose a los 18 años. Aunque todo indicaba que su destino como docente estaba sellado, su vida daría un volantazo por dos motivos. Uno fue económico: al hacerse cargo de la manutención de su madre y hermanos, le costaba subsistir con un salario docente, del que además el Estado le adeudaba una buena parte. Pero también fue el fallecimiento de una gran amiga por una enfermedad crónica el que la hizo decidir el rumbo. En ese momento Cecilia se planteó la idea de estudiar medicina.
Lo que ahora puede sonarnos como una elección tan común como cualquier otra en el momento no lo era: hasta entonces nunca una mujer se había recibido de médica en Argentina. Ni en América Latina, de hecho. El obstáculo no era formal, ya que no existía ninguna normativa que prohibiera a las mujeres matricularse, pero sí era requisito saber latín, que se enseñaba únicamente en el Colegio Nacional de Buenos Aires y al que sólo asistían varones.
Cecilia podría haberse rendido, pero no lo hizo. Estudió latín por su cuenta para poder entrar a la carrera. Tardaría años en aprobar todos los niveles necesarios para empezar a rendir materias en la universidad, pero eventualmente sorteó ese obstáculo. No sería el único.
Como alumna, a lo largo de la carrera realizó ayudantías en Histología Patológica, Micrografía y fue practicante de vacunación. Incluso tres años antes de recibirse, en 1886, se presentó como voluntaria para ayudar con el control del brote de cólera que estaba teniendo lugar ese año en la ciudad de Buenos Aires. Esta experiencia le serviría para encontrarse por primera vez con la realidad concreta de la práctica médica y sería determinante en el resto de su trayectoria; al igual que otros estudiantes, Cecilia opinaba que la enseñanza de las ciencias de la salud tenía demasiado de teoría y poco de práctica. Tendría oportunidad de cambiar eso con la creación de la primera Escuela de Enfermeras de América Latina y su posterior trabajo en esta institución, siendo una pionera en la enseñanza de primeros auxilios.
Seis años después de entrar a la carrera, en 1889, se recibió de médica cirujana, y se convirtió así en la primera en la Argentina y la segunda de América Latina. Sin embargo el machismo de la época nuevamente se interpondría en su camino, ya que no le permitieron ejercer en esa especialidad, y tuvo que dedicarse a Ginecología y Obstetricia en el Hospital San Roque. En 1892, año en que también fundó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, pudo participar de la primera cesárea que tuvo lugar en la Argentina.
Para variar, los obstáculos se siguieron apilando. En 1894 se inscribió a concurso para ser profesora de la cátedra de Obstetricia pero no obtuvo el cargo, como ella misma contaría, por su género y su militancia feminista. Podemos estar seguros, como el párrafo anterior atestigua, que méritos no le faltaban. “Las razones y los argumentos expuestos en esa ocasión llenarían un capítulo contra el feminismo”, diría Grierson a posteriori. Puede sonar paradójico que su intento de volver a la enseñanza haya sido saboteado. Al fin y al cabo, la docencia era una de las actividades bien vistas para una señorita... Pero claro, esto era así cuando se trataba de los niveles educativos más bajos; la instrucción universitaria no era considerada cosa de mujeres, y si encima le sumamos la militancia feminista, tenemos una combinación que incomodaba mucho en esos ámbitos monopolizados por varones.
Como siempre, Cecilia siguió adelante sin acobardarse, y eventualmente logró dar cursos sobre kinesioterapia y entrar como docente adscripta a la cátedra de Física Médica y Obstetricia de la Universidad de Buenos Aires. Además fue profesora de Ciencias en el Liceo de Señoritas, promovió el estudio de la puericultura y dedicó muchos esfuerzos a fomentar la enseñanza adaptada a sordomudos y discapacitados.
Su lucha por los derechos de las mujeres la dio a través del Partido Socialista y también en este ámbito se destacó. Entre otras cosas, participó como vicepresidenta del Congreso Internacional de Mujeres de 1899 en Londres; inspirada en la experiencia, el año siguiente fundó el Consejo Nacional de Mujeres. Más adelante presidiría el primer Congreso Feminista de la República Argentina, con fuertes demandas en torno a los derechos de la mujer. Los pedidos se centraban especialmente en la modificación del Código Civil, que en esa época otorgaba a las mujeres casadas un status similar al de un menor de edad, bajo la tutela de sus maridos. No sólo no podían votar sino que no podían tener propiedades, dedicarse al comercio ni a muchas otras ocupaciones. El estudio que Cecilia escribió denunciando estas injusticias fue decisivo en la reforma del Código en 1926, que otorgó a las mujeres casadas varios de los derechos exigidos.
Ya cerca de su retiro creció su interés en la naturaleza (o tal vez el interés ya estaba, pero su ajetreada vida no le había permitido explorarlo). A los 64 años, por ejemplo, comenzó a formar parte de la Sociedad Ornitológica del Plata (hoy Aves Argentinas), y se mudó a Los Cocos, en Córdoba, donde cuidó de un frondoso jardín durante sus últimos años. No fue el descanso que hubiese merecido una de las mujeres más pujantes de nuestra historia, ya que tuvo que sobrevivir con una magra jubilación. Al morir dejaría sus escasas posesiones -esa propiedad en Los Cocos- al Consejo Nacional de Educación. En ese terreno se construiría la Escuela Nro. 189 que hoy lleva su nombre.
Y aún así, con tantas instituciones que llevan su nombre, con algunas calles, con su retrato en la casa de gobierno, y tal vez en un futuro con su efigie estampada en nuestra moneda, podemos asegurar que no se le ha rendido suficiente tributo a la lucha incansable de Cecilia Grierson.