16 de Junio: día de la Ciencia Digna

Por M. Alejandra Petino Zappala

Publicado el 16 Junio 2022 08:18

Tiempo de lectura: 8 minutos.

Miembros de la Universidad Nacional de Río Cuarto presentaron un proyecto para declarar el 16 de Junio el Día de la Ciencia Digna. En esta nota te contamos por qué.


Hay distintas formas de empezar esta historia, y una de ellas es comenzar por su punto de inflexión. Un momento que lo cambió todo. Y ese momento fue el 13 de Abril de 2009. En la tapa del diario Página 12, bajo el título “MANCHA VENENOSA” en grandes mayúsculas negras, una avioneta sobrevolaba un campo rociando su carga. No hacía falta mucho más para entender de qué se trataba.

La tapa de Página12 del 13 de Abril de 2009. Fuente: Página12

La nota, escrita por Darío Aranda, abría con una búsqueda de comunidades campesinas, indígenas y barrios fumigados ante el uso creciente de agroquímicos en los cultivos. Lo que buscaban era que alguien escuchase sus denuncias, sus demandas y sus preocupaciones. Que en una era en que la ciencia tiene el poder de legitimar o deslegitimar, alguien pusiese a disposición de los pueblos las herramientas para hacer valer sus derechos.

Andrés Carrasco había llegado a estas comunidades a través de las Madres de Ituzaingó, mujeres de zonas aledañas a plantaciones, que ante la falta de respuestas oficiales se habían tomado el trabajo de mapear casos de leucemias, malformaciones y abortos espontáneos, hasta arribar a una hipótesis: algo pasaba con el glifosato. Este compuesto es un herbicida que se utiliza en conjunto con la soja transgénica resistente a él, de forma de eliminar selectivamente otras especies no deseadas. En ese momento el herbicida más utilizado era el Roundup, de la multinacional Monsanto, que también fabricaba la famosa “soja RR” o Resistente al Roundup.

El eje de la nota de Página 12 fue el trabajo de Andrés Carrasco para estudiar el efecto del glifosato en embriones de rana y pollo. Estos animales son organismos modelo que, sobre todo al estudiar procesos muy conservados del desarrollo, sirven para inferir lo que podría pasar en otras especies, incluyendo a los humanos, por lo que se los usa frecuentemente en análisis toxicológicos. Carrasco anunciaba resultados alarmantes: en distintas concentraciones y con distintos métodos de exposición, el glifosato generaba groseras alteraciones en los embriones. Con estas evidencias, y atendiendo a la falta de otros estudios que evaluasen el impacto de su uso fue que Carrasco se acercó al diario Página 12 para alertar en sus páginas sobre la necesidad de poner en discusión el glifosato.

Pero el país estaba en pleno boom de la soja y la respuesta, esperablemente, fue inmediata y negativa. El ex Ministro de Ciencia, Lino Barañao, desacreditó públicamente el estudio y a Carrasco mismo. La excusa era que no había esperado a publicar su trabajo científico en una revista con revisión por pares (saldría en 2010 en Chemical Research in Toxicology) antes de declarar en los medios acerca del descubrimiento. En sus declaraciones buscó también “despegar” al CONICET de la investigación. Escuchando hablar al ex funcionario podía creerse que se refería a un “chanta”, una persona poco creíble, un advenedizo de la academia a quien no era razonable prestarle atención.

Carrasco estaba lejos de eso. De profesión médico, había sido profesor en la UBA y becario posdoctoral en Suiza, donde logró secuenciar por primera vez un importante gen coordinador del desarrollo en vertebrados. Apenas unos años después volvió a ser pionero, esta vez desarrollando una técnica que permite estudiar si estos genes se “leen” en un cierto tejido. Con esta tecnología, fue la primera persona en mostrar la distribución de productos génicos en los anfibios en desarrollo, en los que siguió trabajando cuando volvió a Argentina a traer sus conocimientos, en medio de los recortes menemistas que afectaron (entre otros) al sistema científico nacional. Aún en estas condiciones desventajosas siguió publicando material de excelencia y cosechando reconocimientos entre la comunidad científica nacional e internacional. Cuando ocurrieron los hechos que se describen al principio de esta nota, Carrasco ya había sido nada menos que presidente del CONICET por dos años. De hecho, en ese mismo momento, ocupaba el cargo de Secretario de Ciencia en el Ministerio de Defensa, al que pronto renunciaría. Claramente no era ningún “chanta” ni un advenedizo.

Justamente como no era ningún recién llegado, Carrasco sabía bien cómo funcionaba el sistema. Sabía que los tiempos de publicación son largos y que el tiempo apremiaba. También sabía con quién se estaba metiendo y que no podía esperar ningún apoyo oficial para alertar sobre sus descubrimientos: era una época de grietas, pero la defensa a la soja transgénica de Monsanto era transversal entre quienes tuviesen algo de poder. No hubo enfrentamiento ahí entre los funcionarios del gobierno y los medios de la oposición, como Clarín y La Nación. A los ataques abiertos de Barañao se le sumaron notas periodísticas que lo acusaban de inventar los datos.

A amenazas con abogadas, anónimas y otros intentos de amedrentamiento se sumó la cancelación de una charla que daría en 2010 en la Feria del Libro sobre los resultados preliminares de su trabajo (ya mostrados en el congreso de la Sociedad de Biología del Desarrollo en San Francisco). Poco después el ex Ministro pidió al Comité Nacional de Ética en la Ciencia y Tecnología que evaluase las declaraciones de Carrasco sobre el glifosato. El pedido incluía bibliografía aportada por el funcionario y que venía directamente de las empresas vinculadas al agro.

El asunto venía de muy arriba. En 2011 se supo gracias a Wikileaks que la mismísima Embajada de Estados Unidos lo había investigado y había dirigido acciones de lobby para influir al SENASA enviándole estudios a favor del glifosato. Según los cables mismos, el objetivo era proteger a Monsanto, “víctima de los ataques” del científico.

Incluso con el trabajo ya publicado en una revista con referato, como era esperable la historia no se terminó. Hubo distintos intentos de desacreditar el trabajo, en particular criticando sus metodologías por no ser representativas de lo que ocurre en la naturaleza (un punto atendible pero que aplica a la inmensa mayoría del trabajo experimental en toxicología, y al que Carrasco debió responder in extenso). A esto se le sumó la bajada de pulgar explícita de CONICET: cuando el científico pidió su promoción (un ascenso de categoría dentro de la Carrera de Investigador) la institución se la negó. Probablemente en represalia, como sugieren las irregularidades en el proceso, pero también en parte porque así funcionan los engranajes de un sistema que prioriza cierta forma de hacer ciencia, en el que ir contra la corriente significa tener todas las de perder.

Con buena parte de la academia dándole la espalda, Carrasco dedicó sus últimos años a la militancia en contra del agronegocio y el extractivismo. A pesar de sufrir un cáncer que no pocos vincularon con sus visitas a sitios fumigados, seguía concurriendo a asambleas, acampes y audiencias. Sentía que se lo debía a las comunidades que lo habían llevado a ese camino, donde a su vez él fue una inspiración.

Con los años se publicaron otros trabajos académicos sobre los efectos negativos del glifosato en flora y fauna. También se desnudó, en muchos casos gracias a investigaciones periodísticas, la falta de controles y cuidados a los ambientes y las comunidades, con casos documentados en que el herbicida se arrojaba directamente sobre personas que trabajaban en campos o vivían cerca de ellos. 

El tema, difícil de estudiar en su complejidad y cruzado por intereses diversos, dista de estar saldado. Las organizaciones internacionales aún no acuerdan sobre el efecto del glifosato en la salud de las personas y la pérdida de la biodiversidad, pero en 2015 la Organización Mundial de la Salud lo declaró como “posible carcinógeno humano”. También preocupa su impacto sobre otras especies, en particular insectos, cuyas poblaciones se encuentran en declive a nivel global. En varios países se aplicaron controles estrictos o se prohibió su uso. Carrasco no llegó a verlo. 

Luego de su muerte en 2014 y atendiendo a su voluntad, sus cenizas se esparcieron en el Bosque Autóctono "El Espinal" de la Universidad de Río Cuarto, donde también se plantó un algarrobo y se colocó una placa conmemorativa. El proyecto presentado al Consejo Superior de dicha casa de estudios propone declarar a este sitio como “Espacio de la Ciencia Digna” además de establecer en la fecha del 16 de Junio, aniversario del nacimiento del científico, el Día de la Ciencia Digna. Un día para preguntarse: ¿ciencia para quién y para qué?



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