En el día de la mujer y la niña en la ciencia, a la vez que exigimos una representación igualitaria en la tarea científica, nos preguntamos… ¿alcanza?
El 11 de Febrero se celebra el día de la mujer y la niña en la ciencia. Esta iniciativa establecida en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas busca visibilizar el rol de las mujeres y las niñas en ciencia y tecnología y su objetivo último es promover una mayor participación.
Año a año, en este día todo el mundo habla de los obstáculos que impiden una mayor participación femenina. En términos históricos es más fácil entender de dónde salió el sesgo. El lugar de las mujeres como ciudadanas “hechas y derechas” es relativamente novedoso en nuestras sociedades. El derecho al voto, a poseer o administrar bienes o dinero, o acceder a una educación, entre otros, requirieron de lucha, militancia y tiempo. Y aún formalmente garantizados, eso no terminaba con el problema. Por ejemplo, hace unos meros 100 años todavía se discutía si el estudio no impactaba negativamente en la fertilidad femenina y no pocos profesionales aconsejaban proteger a las mujeres de semejante esfuerzo y distracción de su función natural (o sea, la maternidad y crianza de quienes harían historia: los hombres). En ese contexto en que era difícil o directamente imposible para las mujeres pensar en una carrera universitaria, menos esperable aún hubiese sido encontrarlas en grandes números dentro de la academia. Más bien podemos encontrar las excepciones, las que en muchos casos lograron hacerse un lugar por tener la suerte de contar con un padre, un hermano, algún mentor varón que pudiese abrir las puertas que para otras permanecían bajo siete llaves.
Hoy muchos de los obstáculos formales han dejado de existir. Sin embargo las ciencias, sobre todo las exactas y las relativas a la tecnología, siguen siendo ámbitos que no se consideran femeninos y que incluso pueden resultar francamente hostiles para las mujeres.
Algunas estadísticas de nuestro país muestran que la situación de a poco se va revirtiendo, pero sigue siendo muy dispar en disciplinas exactas, en ingeniería y en puestos de gestión y dirección. Aún así, Argentina tiene buenos números en comparación con otros países de la región y en algunas disciplinas como la astronomía, del mundo. La falta de representación de las mujeres en la ciencia y los estereotipos que presentan a la ciencia como masculina es aún un problema a nivel global.
¿Y por qué en este día se incluye a “la niña”? Pues porque el interés en las ciencias es algo que podemos cultivar desde la infancia, pero que tal vez y sobre todo en las disciplinas más exactas se cree reservado para los varones. Desde los primeros años, ya muchos de los juguetes que tienen que ver con el descubrimiento, la investigación o el diseño apuntan al público masculino: telescopios, bloques para armar, kits de química, robots de juguete y juegos de ingenio son vistos como regalos más aptos para los nenes y suelen aparecer en las góndolas celestes, en paquetes con protagonistas varones.
El fenómeno está bien documentado en la computación, una profesión en la que trabajaban mayormente mujeres cuando la programación era manual y se la consideraba como repetitiva, casi automática. Desde que la ingeniería del software se instaló como disciplina científica y se jerarquizó, la proporción de mujeres detrás de las computadoras fue decayendo. En paralelo estos aparatos empezaban a despegar como parte del ámbito hogareño, tanto como instrumento de trabajo como para el divertimento de los niños. Y con “niños” nos referimos, de hecho, en gran medida a los varones, porque a ellos estaba destinada la mayor parte del software y el marketing apuntaba directamente a ellos.
En la práctica el efecto fue alejar desde temprano a las niñas de las pantallas al poner a la computación en el terreno de lo ajeno, lo que supone una gran desventaja para manejar estos aparatos con destreza más adelante. Aún hoy, cuando la computación en las escuelas empareja un poco la situación, sobreviven los estereotipos: el nerd, un tipo inteligente, con pocas habilidades sociales pero mucha cabeza, su versión más rebelde (el hacker), o la más “canchera” y creativa, el camino que termina en Silicon Valley haciendo una fortuna. Como con las ciencias exactas, la compu es cosa de varones.
Todos estos sesgos tuvieron y aún tienen, aún si no nos damos cuenta, el efecto de desanimar a muchas niñas, o al menos de no atraerlas a esos tópicos, de forma que en la adultez es mucho menos probable que se planteen perseguir una carrera relacionada con tecnología o ciencias exactas.
Al día de hoy las mujeres podemos estudiar carreras universitarias, y aunque en algunas, como ingeniería, física o computación la paridad todavía está lejos, en otras el problema se ha revertido. Pero lejos de haberse resuelto del todo, lo siguiente que queda revisar es lo que pasa después. Y seguramente nadie se sorprenda de que, en los puestos más altos, de mayor poder de toma de decisión y mejor remunerados, la representación femenina cae de nuevo. Las explicaciones deterministas que buscan justificar el status quo no se hacen esperar: por sus características intrínsecas las mujeres son menos ambiciosas, o no son adeptas al liderazgo, o no son suficientemente competitivas, o…
Por suerte, cada vez hay mayor noción de cómo el peso de las tareas de cuidado recae principalmente en las mujeres (aunque muchas veces esta lectura se restringe, de forma conveniente, a las mujeres de clase media o alta, que son de hecho las que tienen chances de descargar parte de esas tareas en otras mujeres; si de algo se trata esto es de una matrioshka de desigualdades). Tal vez un poco menos se habla acerca de la inercia que ejercen los contactos (o la falta de ellos), un factor importante para entrar, permanecer y moverse en el sistema. Y menos aún de otros tantos sesgos invisibles, informales, seguramente en muchos casos inconscientes, que hacen al llamado “techo de cristal”.
El factor común: el disfraz de meritocracia que, si bien ya no nos lo creemos tanto para la sociedad en general, en ciencia sigue siendo más difícil de discutir. Al fin y al cabo, tenemos indicadores objetivos y fiables de la calidad de nuestro trabajo, ¿no?
Bueno, no. Hay buenas razones para cuestionar un montón de aspectos del sistema científico, y las ilusiones de objetividad y neutralidad son la base de muchos de los problemas que mencionamos, y de otros tantos. Porque supongamos que el día de mañana por obra de alguna deidad todopoderosa lográsemos la perfecta representación en términos de género (como unx quiera definirlo, que no es trivial). O de raza. O de clase. O de proveniencia geográfica. ¿Haría eso automáticamente a una ciencia más justa?
Es un tema de debate, pero podríamos aventurar que no alcanzaría. Que la representación es condición necesaria pero no suficiente. Que hay un montón de mecanismos anclados en la naturaleza de la tarea científica, en particular en las ramas más exactas y tecnológicas, y en el alejamiento que a veces parece casi forzado de las ciencias humanas, que conspiran para mantener y reforzar relaciones de poder. Esas que, justamente, sólo pueden justificarse a través de creer que son naturales, imposibles de revertir. Esas que aparecen en la tarea científica cada vez que no nos preguntamos cosas: por qué se usan ciertas categorías, por qué se eligen ciertos métodos (¿quién elige?), por qué se escribe como si lxs científicxs no estuviesen ahí, en esa forma impersonal que supone que la verdad se les aparece y se está materializando sola en un paper. Qué es lo que se considera conocimiento “válido” y quién decidió que así fuera. En todo lo que transforma a “la ciencia” (o, en particular a las ciencias exactas, relegando a las sociales al de las disciplinas “de segunda”) en empresas incuestionables, divorciadas de los vicios de lo humano, flotando en el éter y ajenas a todas las pujas que hay aquí abajo, en el mundo material.
En este momento en que se están dando ciertas reparaciones es bastante habitual mirar atrás (y tal vez no muy atrás) y encontrar atrocidades de las que queremos despegar a “la ciencia”. Las acusaciones de “mala ciencia” son una forma de hacerlo. Por supuesto, hay, siempre hubo y habrá “mala ciencia”. Pero también hay, habrá y siempre hubo justificaciones de la desigualdad por parte de personas de reputación intachable, que usaron metodologías robustas y que hicieron todo siguiendo “el librito” al pie de la letra. Entonces el problema está en otro lado. Porque justamente a veces es “el librito” el que deberíamos cuestionar, y empezar a ver a la ciencia como otro producto social y cultural, que tiene su historia y sus lógicas y que tal vez algunas de ellas merezcan ser revisadas y puestas en el tapete. Algo que en las disciplinas humanísticas ya está un poco más encaminado, dejando a las exactas y naturales bastante atrás.
Que en el día de la mujer y la niña en la ciencia el reclamo se extienda también a hacer y exigir una ciencia más justa para todxs.